Hoy, en la víspera de que se cumpla el primer año de la noche terrible de Iguala, hay que hacer un reconocimiento: a los padres, madres, familiares de los 43 normalistas; de los jóvenes muertos, de los heridos. A un año se han logrado ya muchas cosas en este país -como que por primera vez un grupo interdisciplinario e independiente, el GIEI, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, sea «coadyuvante», es decir, ayude formalmente, a una investigación nacional y al menos se «considere», «analice» que se van a tomar en cuenta sus recomendaciones (deberían hacerlo)-.
Pero estamos ante una oportunidad en la historia de México que podría llevarnos más allá. ¿La tomaremos como país?
Ayer, en la segunda reunión que sostuvieron las víctimas de Ayotzinapa con el presidente Enrique Peña Nieto y una buena parte de su gabinete, los padres, madres y familiares plantearon caminos más allá que sólo la continuación dolorosa de la búsqueda de sus hijos; que su propia justicia y cosas tan básicas -terribles- como la atención médica adecuada a los heridos (es el colmo).
Ayer estos hombres y mujeres se asumieron no sólo voceros de las víctimas de no sabemos cuántos desaparecidos (parte de la tragedia)… sino que se fueron más allá: propusieron -ante la desconfianza en las autoridades- que busquemos más apoyo internacional.
Ya sé: muchos se azotarán. Dirán que es el colmo que no «confiemos» en nosotros mismos, incluso habrá quien lance comentarios xenófobos, que diga que para variar somos «malinchistas». Dirán que tenemos científicos, genetistas y peritos muy capaces. Sé que sí, aunque tampoco el gobierno, me parece, ha sabido comunicarlo. (El Universal)