«El mundo enfrenta un reto de enormes proporciones, una crisis que, entre otras, incluye dos dimensiones fundamentales: el dramático deterioro ambiental y la profunda debacle alimentaria. Estamos en una encrucijada de orden civilizatorio ante la que sólo se abren dos caminos: el de un acaparamiento, concentración y extranjerización de las tierras de los pueblos sólo comparable con lo que se dio durante la vieja colonización, y el que mediante el fortalecimiento de la agricultura campesina detiene el deterioro ambiental y la astringencia alimentaria por medio de aprovechamientos sostenibles, diversificados y respetuosos de la naturaleza. La primera opción profundiza la crisis, la segunda permite remontarla.
«Entonces, para hacer frente al estrangulamiento general y alimentario que sacude a una modernidad capitalista fincada sobre las ruinas de la comunidad agraria y montada sobre la opresión colonial, es indispensable revitalizar y actualizar el ancestral paradigma de los labriegos. Un viejo y nuevo modo de ser que además tiene sujeto, pues en el tercer milenio los indios y campesinos –los colonizados y los explotados rurales- están en marcha. No sólo resisten defendiendo sus raíces ancestrales y su pasado mítico, también amanecieron utópicos y miran hacia adelante esbozando proyectos de futuro». (La Jornada)