Un filme más sobre Ayotzinapa. ¿Cuántos faltan? Todos los necesarios. Nos faltan 43. Falta un país entero, una patria, una matria que se vacía de las entrañas. Falta una memoria que no se trague la vida cotidiana. El olvido nos deja sordos, ciegos y mancos ante el miedo caníbal, la puerca farsa de unas elecciones erigidas sobre ríos de sangre, sobre los gritos: ¡Lo mataron! ¡Llamen una ambulancia! ¡Así serán buenos, hijos de la chingada, disparando a estudiantes desarmados! Y los sobrevivientes, con el rostro demudado por el horror, hacen el recuento minucioso de los hechos de una noche más oscura que todas las noches juntas. La persecución por las calles, las ráfagas de la policía municipal agujereando la lámina de los camiones ocupados, el ejército amenazando a los sobrevivientes con dejarlos morir a manos de la policía; un chico que se desangraba, con el hueco que le dejara la mandíbula arrancada de un balazo, escuchando la voz de su padre a través de un teléfono celular. La muerte danzando con sus patas terribles de araña. Y el autobús que, en el hocico de la brutalidad del Estado, es devorado. Nos faltan 43, nos faltan más recordatorios. Más.
Apenas ha transcurrido un mes del secuestro cuando Xavier Robles se planta frente a los muchachos. Los chicos de Ayotzi tienen grabada la desolación en sus rostros. Los camastros vacíos. La ropa colgada en lazos para secarse, limpia, recién lavada, para que nadie se la vuelva a poner. Ropa vacía, con una historia que debe ser recordada y recordada, porque la memoria se nos degrada hasta quedar vuelta un suspiro.
Y la voz de Pablo Neruda resuena en el fondo de un documental necesario, urgente: Ayotzinapa. Crónica de un crimen de Estado.
Para los que de sangre
salpicaron la patria,
pido castigo.
Para el verdugo que mandó
esta muerte,
pido castigo. (Eme Equis)