Mucho se ha hablado sobre el fracaso de la guerra contra las drogas en México. Los altos índices de violencia, la saturación de las cárceles, el incremento de grupos criminales y la descomposición de sociedades afectadas por el crimen y por violaciones a derechos humanos han puesto de manifiesto los efectos nocivos y fútiles de la política mundial antidrogas.
Y es que, como diversas investigaciones han mostrado consistentemente, el prohibicionismo y la implementación de medidas punitivas no han logrado su cometido de reducir el consumo de drogas. Por el contrario, las políticas de tolerancia cero han fomentado alrededor del mundo estigmatización, represión y criminalización de personas usuarias, particularmente de grupos en situación de vulnerabilidad, como jóvenes, mujeres o poblaciones callejeras.
Además, la evidencia es contundente, las prisiones están sobrepobladas por personas acusadas de delitos relacionados al consumo de drogas. La mayoría de estas personas enfrentan condiciones de pobreza extrema y padecen de consumo problemático de sustancias, el cual en prisión no es atendido por las instituciones de salud pública. Las penas son generalmente desproporcionales al delito y los altos niveles de encarcelamiento generan impactos negativos en las familias y en las sociedades. Además, los sistemas de justicia penal se encuentran saturados por delitos de drogas de menor impacto y las policías despliegan costosas operaciones en la persecución de estos delitos, desatendiendo la persecución del narcotráfico a gran escala.
Es por ello que es hora ya de erradicar el populismo punitivo y –moralino– que criminaliza y estigmatiza el consumo de ciertas sustancias, el cual, además de negar las experiencias positivas de su uso recreativo, ha desencadenado el peor de nuestros males: la violencia. (Animal Político)