La prensa mexicana, sobre todo la de los estados más violentados por el crimen organizado y las autoridades cómplices, ha sido golpeada duramente, y los reporteros que viven en esos lugares se han convertido en combatientes, pues tienen que entrar a las zonas de conflicto donde un ejército de soldados y policías se enfrenta con otro ejército de sicarios fuertemente armados que controlan el territorio. Estos reporteros nada tienen que ver con los locutores, comentaristas, conductores, articulistas y columnistas que desde sus escritorios hacen un periodismo cómodo, defendiendo al gobierno y al sistema político que se ha corrompido en su estructura dando paso al narco Estado o narco gobierno, como en los casos de Michoacán, Guerrero y Tamaulipas.
Convertidos a golpes de realidad, los reporteros locales son ya corresponsales de una guerra que no quiere ser reconocida por las autoridades y que en estos momentos impacta a todos los actores políticos, sociales y económicos. Son testigos también de la transformación de la vida cotidiana en esas zonas donde políticos, policías y narcotraficantes forman un solo tronco común con raíces históricas tan profundas que reverdecen sin importar que les corten las ramas.
Historiadores del momento, los reporteros y fotógrafos que se han adentrado a cubrir esta guerra no convencional tienen el pulso del fracaso de la estrategia militar y policiaca que ha implementado el gobierno mexicano en los estados. Fracaso que tiene múltiples consecuencias, de las cuales las más graves y serias son: la censura y autocensura en los medios de comunicación, el surgimiento del narco Estado, la transformación del narcotráfico en crimen organizado, ingobernabilidad, debilidad de las instituciones y, principalmente, miles de muertes que siguen ocurriendo mientras el gobierno federal insiste en su versión oficial de una situación ya está controlada, justificando con ello la realización de las elecciones, el próximo 7 de junio. (Proceso)