¿Qué pasa con el alma de un país cuando su economía deja de estar petrolizada para comenzar a estar narcotraficada? Muy probablemente 2015 sea el primer año en que las exportaciones de drogas ilegales superen los ingresos petroleros procedentes del extranjero. El auge del consumo de heroína en Estados Unidos ha provocado una explosión en la siembra de amapola en las sierras mexicanas para la producción de pasta de opio y su transformación en heroína, un fenómeno que se está convirtiendo en la nueva fiebre del oro.
Imposible cuantificar con precisión el valor económico actual del consumo de heroína en Estados Unidos; para efectos de esta columna podríamos situarlo en cifras que van de 60.000 millones de dólares a 90.000 millones. ¿Cuánto de eso se queda en México? Según las autoridades del país vecino, la mitad del abastecimiento procede de cárteles mexicanos. Y toda vez que, por lo general, son los narcotraficantes nacionales los responsables del trasiego hasta las grandes ciudades de Norteamérica, por lo menos al mayoreo, es presumible suponer que la mayor parte del fenómeno tiene una derrama a todo lo largo de la pirámide del crimen organizado y desorganizado nacional. Es decir, una cifra que rondaría los 20.000 millones de dólares y probablemente mucho más.
El análisis de las consecuencias políticas y sociales del fenómeno desborda a este espacio. Pero el efecto brutal en términos de violencia y corrupción que ejerce en el tejido social y político está a la vista. Guerrero mismo, donde se siembra el 60% de la amapola, está desquiciado. En un contexto de miseria y atraso, la flor del opio se convierte en una fuerza irresistible que corrompe absolutamente todo. (El País)