El gobierno federal por fin volvió la mirada a uno de los peores crímenes en la historia de la humanidad y que en México sigue vigente como hace cientos de años: la esclavitud. En los campos productivos del país, principalmente los del norte como Sonora, Sinaloa, Colima y Baja California, miles de indígenas, campesinos y jornaleros trabajan como peones acasillados en haciendas donde son tratados con odio, desprecio y discriminación. Familias enteras, hombres, mujeres y niños sufren lo mismo: humillación, secuestro y explotación a manos de capataces que obedecen órdenes de caciques coludidos con autoridades locales.
«Cada año, indígenas me´phaa, nu’saavi y nahuas abandonan por decenas de miles la Montaña de Guerrero. Andrajosas, familias enteras cargan con su patrimonio -sacos de maíz, petates y bolsas de harapos- y dejan cientos de pueblos desolados. Es el inicio de un humillante viaje de más de 2 mil kilómetros que los llevará, como peones acasillados, a las plantaciones de empresas trasnacionales. Su destino son campos de concentración, capataces, guardias blancas y tiendas de raya». Así empieza la narración que en enero de 2008 escribió el reportero Zósimo Camacho cuando juntó con un grupo de indígenas siguió ese viaje durante varios días desde la Montaña de Guerrero hasta los campos agrícolas de Sinaloa y cuyo trabajo periodístico le valió, junto con un equipo de reporteros, un reconocimiento del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.
Han pasado siete años de aquella historia periodística y apenas la autoridad, el gobierno, la Secretaría del Trabajo han vuelto los ojos para tratar de atender el problema ancestral de la esclavitud, que de acuerdo con nuestras leyes no debería existir. El secretario del Trabajo, Alfonso Navarrete Prida, ha hecho la denuncia pública de cómo familias completas de jornaleros mixtecos son explotados en campos de Colima, hasta el extremo de descubrir el trabajo infantil forzoso en las peores condiciones que uno se pueda imaginar. Sin embargo, al secretario Navarrete le falta asistir a todas esas zonas del norte, centro y sur del país en donde se replica este modelo de esclavitud con los más viejos sistemas de tiendas de raya, los encierros en galerones donde los jornaleros duermen en petates sobre piso de tierra, e incluso les alquilan instrumentos de trabajo y les descuentan de su paga la pésima comida que les dan. (El Universal)