* El grupo de mujeres hace un balance de veinte años de velar por los migrantes.
Amatlán de Los Reyes, Veracruz. “Dar de comer a los migrantes nos dio muchísima bendición. Empezamos a descubrir que no solamente las mujeres se quedan en la familia, que el marido, que el hijo. No, podemos dar más cosas fuera y dentro de tu hogar”, explica Norma, fundadora de Las Patronas, que este febrero cumplieron dos décadas de conseguir alimentos, cocinarlos y entregarlos a los migrantes al paso del tren La Bestia.
Durante los festejos por su aniversario, Las Patronas hacen un recuento de los cambios. Norma, una de las fundadoras, recuerda que cuando comenzaron los migrantes eran invisibles y ellas hacían su labor sin herramientas, pues “no sabíamos nada”. Comenzaron a investigar cuando les dijeron que era un delito alimentar a los migrantes. “¿Por qué tiene que ser un delito compartir tu comida con cualquiera?”, se preguntó. “Nos encontramos con el Centro Prodh para saber un poco más de la ley, que también tienes un derecho y que frente a las injusticias, tú también puedes defender”, recuerda.
Con nuevas herramientas, y con la visibilidad que les dieron los medios de comunicación y los documentalistas que retratan su trabajo, ahora son parte de una creciente red de defensores, abogados y albergues que velan por los migrantes. “Ya no estamos solas, y hay más leyes y programas” favorables a su labor, relata la fundadora.
Las mujeres reconocen que tenían prejuicios contra los migrantes antes de comenzar a alimentarlos. “Antes imaginábamos que era gente que se subía por diversión; cuando tuvimos el acercamiento nos dimos cuenta que son seres humanos que viajan porque no tienen trabajo”, recuerda Norma. Mariela, hija de una de las fundadoras, señala que “ahora sabemos que si vienen todos sucios es porque vienen en el tren y que salen de sus casas por necesidad”.
“Tenemos otra manera de ver al hermano. Nos duele lo que les pasa, y cada que vemos una nota de que un migrante fue secuestrado o apareció muerto, pues híjole”, reflexiona Norma. Ella recuerda su sufrimiento ante la noticia de la ejecución de los 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas. “Yo decía, ¿por qué no alzar la voz? ¿Por qué son migrantes? Desgraciadamente nos tuvieron que quitar a 43 para que sintiéramos ese dolor”.
Para Norma, la mayor alegría es saber que uno de los migrantes llegó a su destino, pues “logró su sueño y es una familia más que come mejor”. Lorena recuerda vivamente el rostro del primer muchacho al que le dio de comer, de unos 17 o 18 años: “Puse mi mano con la bolsa y me cambió la vida que la recibiera, con su cara de cansancio pero con su sonrisa”, detalla. Los momentos más tristes son cuando alguno se cae y se mutila. “O cuando se acaba la comida”, relata Mariela, que empezó de niña en este trabajo, llenando botellas de agua, y ahora siente que “hizo su día” cuando logra entregar todo lo cocinado.
Lo que permanece igual, señala Lorena, es la emoción de cada día, “el nerviosismo cuando viene el tren. Cada día está lleno de grandes enseñanzas”.
Ahora, “somos un ejemplo para mucha gente, y nos sentimos muy contentas”.
Por Kely Brunner