Hasta ahora el Gobierno mexicano había creído que podía obtener lo mejor de “los dos mundos”: Pretender ser un país perteneciente a la OCDE y asumir de boca para afuera las responsabilidades de una sociedad moderna, responsable y madura; y al mismo tiempo comportarse, puertas adentro, como un país de la África profunda en el trato a sus ciudadanos. 22.000 desapariciones prácticamente sin investigación de por medio y sin que a ningún funcionario le quite el sueño no es precisamente el comportamiento de ningún otro miembro de los clubes a los que México pertenece.
El escándalo de Ayotzinapa es el fin del elefante en el cuarto que el resto de los países ricos pretendía no ver en sus relaciones con nuestro país. Para nadie en la comunidad internacional es un secreto la ausencia de un Estado de derecho en buena parte de los temas relacionados con la vida cotidiana en México. (El País)