En la zona metropolitana del oriente del Estado de México se observa, como en muchas otras regiones del país, una contradicción dramática entre dos prácticas, dos formas de considerar la vida, dos imaginarios. Por un lado, comunidades que, en la medida de sus posibilidades, quieren seguir definiéndose como campesinas, porque esa condición corresponde a su sensibilidad, su cultura, su “cosmovisión”, su historia encarnada en un territorio. Por el otro, una profusión de infraestructuras de vialidad y de proyectos de viviendas destinadas a personas ajenas a los pueblos de la zona: manipulaciones de la población y verdaderas deportaciones planificadas. (Proceso)