La clase política en el poder está acostumbrada a las movilizaciones que, desde su perspectiva, pueden controlar. Las que no, suelen verse con recelo. Para este grupo (sin importar su color partidario) es amenazante que existan levantamientos fuera de su alcance. Por tanto, les resulta estratégico desvirtuar y minimizar cualquier movilización que gane fuerza y suponga un riesgo a su estabilidad en el poder.
Así, gobernantes echan mano de diferentes tácticas (legales o no, legítimas o no) que convergen en una estrategia común: ganar la batalla por la opinión pública (u “opinión del pueblo” como era nombrada desde los tiempos de Heródoto y Cicerón). Las opiniones son creencias acerca de temas controvertidos, por lo que influir en esas creencias para que se conviertan en apoyo político al gobierno en turno lo es todo. Alberto Serdán/Animal Político