
La celeridad con la que se aprobaron las leyes de la contrarreforma energética no deja de sorprender. Más la decisión presidencial de iniciar aceleradamente su aplicación. Es de temer –por decirlo lo menos– la primera resultante de este proceso. Se rige más por tiempos políticos. Se ignoran y desdeñan los plazos necesarios para la reorganización radical de lo petrolero y lo eléctrico. Hay aspectos muy pero muy delicados. Y riesgos enormes. Experiencias internacionales advierten.
Prepararse para lo peor. Pierden la sociedad y las familias. Pero el ambiente no está para tomar precauciones. Una vez más la liturgia laudatoria y genuflexa domina. La ceremonia en Palacio Nacional es apenas un leve ejemplo. Nadie ve. Nadie oye. José Antonio Rojas Nieto/La Jornada