“Lo que quiero con toda el alma es mi casa. Quiero que me ayuden a hacerla, una casita, aunque sea chiquita, no grandota, una medianita, porque me quedé sin nada. Se fue mi cama, mi colchón. Todos nos quedamos en la calle”, dice llorando María de Jesús Robles Santamaría, de 86 años de edad.
Ella forma parte de una de las 50 familias de Nuevo Guerrero que perdieron sus casas a partir del 16 de septiembre. La Jornada