Es mucho lo que mujeres como las madres que buscan a sus hijos y las defensoras de derechos humanos han brindado amorosamente a este país lastimado desde su dolor y su indignación. El Estado en su conjunto está en deuda con este aporte.
La preminencia e influencia de las luchas de las mujeres en distintas esferas de la vida política -en su más amplio sentido- es afortunadamente cada vez más extendida. La labor de defensa de los derechos humanos no es ajena a esta premisa, y el 8M es una fecha en la que es indispensable hacer este reconocimiento y visibilizar esos rostros de dignidad, sobre todo los de las mujeres que al luchar por justicia y verdad se tornaron en defensoras.
Publicado originalmente el día 8 de marzo de 2021, en «La lucha cotidiana de los derechos humanos».
Las defensoras de derechos humanos han escogido ese camino por vocación y/o como posicionamiento y acción luego de vivir, ellas mismas o sus seres queridos, graves violaciones a derechos humanos. En cualquier caso, sus aportes a la construcción de un México más democrático y justo son claros e invaluables.
Quizá las mujeres a las que podríamos mirar primero como defensoras de derechos humanos están en el movimiento de madres en busca de sus hijos desaparecidos por la violencia de Estado durante las décadas de la mal llamada “Guerra Sucia”. La huelga de hambre en la Catedral fue la primera acción pública de las “doñas” que valientemente abrirían brecha en un momento sumamente difícil en México y que hoy, por ellas mismas o por medio de su descendencia, siguen demandando verdad y justicia.
Luego, desde los inicios del movimiento por los derechos humanos en México, en la década de 1980, las mujeres -abogadas, religiosas, educadoras, psicólogas, periodistas, internacionalistas, entre otras- se destacaron por aportar su trabajo y su imaginación para forjar el movimiento que hoy conocemos. Defensa del territorio, denuncia de arbitrariedad de autoridades, derechos de personas con VIH, participación política, diversidad sexual, derechos sexuales y reproductivos, todo fue terreno fértil para la semilla plantada.
Desde entonces, la participación de las mujeres en el movimiento se ha ampliado y diversificado. Han sido inspiradoras las mujeres zapatistas, las organizadoras en las maquilas, las campesinas e indígenas defendiendo el territorio, las buscadoras, las madres de víctimas de feminicidio, las sobrevivientes de tortura sexual, acompañadas por aquellas que cotidianamente, desde su ONG o su comité de base, van codo a codo en la búsqueda de un efectivo acceso a los derechos para todas y todos y, por tanto, de esperanza.
Por eso, hoy nombramos a Jacinta, Alberta y Teresa, quienes le pusieron rostro e historia a la discriminación estructural del aparato de justicia contra las mujeres indígenas, lograron una inédita disculpa pública y nos legaron un horizonte: luchar hasta que la dignidad se haga costumbre.
Tenemos presentes a Martha Camacho y Alicia de los Ríos hija, quienes por décadas no han cejado en la exigencia de verdad, justicia y memoria por las desapariciones forzadas, ejecuciones arbitrarias y torturas cometidas por el Estado en la época del terrorismo de Estado.
También destacamos a Yolanda, Norma, Patricia, Mariana, Edith, Ana María, Suhelen, Italia, Cristina, Patricia y Claudia, mujeres denunciantes de tortura sexual en Atenco, quienes vencieron la estigmatización desatada en su contra hasta hacer que se reconociera la verdad de su palabra y que la Corte IDH condenara al Estado por abuso de la fuerza y tortura sexual en contextos de manifestación.
La lista es larga: las madres, hijas y viudas que han arrancado la promesa de la recuperación de los cuerpos de los mineros en Pasta de Conchos, luego de tres sexenios de rechazo; las madres de las niñas y los niños fallecidos en la Guardería ABC, que impulsaron una ley para que no se repita una tragedia similar y siguen avanzando en la justicia; las madres de Ayotzinapa, que siguen ganando terreno, milímetro a milímetro, en su lucha por la verdad; Clara Gómez, quien levantó la voz para denunciar que en Tlatlaya ocurrió una de las masacres más emblemáticas de los abusos castrenses; a mujeres sobrevivientes de tortura sexual, que tras obtener su libertad como Mónica Esparza han seguido luchando por la de otras en similares situaciones, como Taylín Clotet Wang, que sigue en prisión; a las valientes mujeres indígenas de comunidades como el Mirador y la Soledad en la Sierra Norte de Veracruz que lucharon contra el despojo de las tierras ancestrales indígenas.
O las mujeres en búsqueda de sus seres queridos desaparecidos, quienes desde el conocimiento colectivo y la acción conjunta enfrentan a la impunidad, exigen leyes e instituciones eficaces y buscan en campo, literalmente con sus manos, a los tesoros de todas. Una figura representativa -y querida por todos- es Mamá Mari, doña María Herrera, quien en la búsqueda de sus cuatro hijos ha impulsado la organización de decenas de colectivos y jornadas de búsqueda a lo largo de todo el país, además de incidir en la aceptación de la competencia del CED de la ONU para recibir comunicaciones individuales de México.
Es mucho lo que mujeres como las nombradas, desde su dolor y su indignación, han brindado amorosamente a este país lastimado. Sus luchas, cabe recalcar en estos tiempos, nunca se concentraron de modo preeminente en la vía electoral sin que eso reste en un ápice la enorme contribución brindada a la democratización del país.
El Estado en su conjunto está en deuda con este aporte. También lo está la coalición política que hoy gobierna a nivel federal y por eso lastima y decepciona incluso más que postule perfiles que representan la antítesis de estas luchas.
Como dijo la Elizabeth Odio, jueza de la Corte IDH durante las audiencias del caso Atenco: “las mujeres nunca nos equivocamos cuando peleamos por nuestros derechos”.