Concepción Moreno Arteaga, detenida en 2005 y sentenciada a 6 años de prisión por ayudar a un grupo de migrantes, falleció el pasado 2 de octubre en Querétaro. Hoy que la situación migratoria se ha deteriorado, conviene recordar el testimonio de vida de hombres y mujeres como doña Conchi.

La noche del pasado sábado 2 de octubre falleció en Querétaro la señora Concepción Moreno Arteaga.   

Doña Conchi, como la conocimos en el medio de los derechos humanos, fue una mujer excepcional. El 9 de marzo de 2005 fue detenida por elementos de la extinta Agencia Federal de Investigaciones mientras ofrecía comida, sin pedir nada a cambio, a un grupo de migrantes que había tocado la puerta de su casa en “El Ahorcado”, Pedro Escobedo, Querétaro, para pedir ayuda.

Publicado originalmente el día 5 de octubre de 2021, en «La lucha cotidiana de los derechos humanos».

Por brindar asistencia humanitaria a migrantes, fue consignada ante un Juez Federal por el delito de violación a la Ley General de Población y, posteriormente, sentenciada a 6 años de prisión.

El Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez asumió su defensa e inició una intensa campaña para exigir su libertad. Muchos y muchas se sumaron. El caso de Doña Conchi mostró los riesgos que enfrentan quienes auxilian a las personas migrantes, cuando apenas se formaban las primeras redes de solidaridad en este ámbito y cuando esa labor se reivindicaba más desde la asistencia humanitaria que desde la defensa de derechos. Su situación evidenció, también, a un Estado que con indolencia criminalizaba personas en condición de vulnerabilidad por su situación económica, al tiempo que brindaba protección a las grandes redes criminales de trata de personas.

En agosto de 2007, después de múltiples pronunciamientos de solidaridad, un Tribunal Colegiado ordenó que Doña Conchi recuperara la libertad.

Su testimonio de humanidad fue ampliamente reconocido. La Cámara de Diputados le dio un recibimiento formal y Conchi visitó diversos albergues y otros esfuerzos humanitarios como el de Las Patronas, en Veracruz. Incluso, años después, gracias a la solidaridad de activistas queretanas le fue conferida la Medalla Nelson Mandela por la legislatura estatal.

Pero Conchi nunca dejó su humilde casa en “El Ahorcado”. Siguió enfrentando con su familia circunstancias económicas adversas y la merma en su salud que causaron los años en prisión. Además, por ocurrir antes de que se reconociera como tal el derecho a la reparación del daño para estas situaciones, esos años nunca fueron objeto de resarcimiento por parte del Estado que injustamente la encarceló. Pese a ello, hasta el fin de sus días ofreció lo poco que tenía a los migrantes que tocaban a su puerta y antes de morir encargó a sus familiares que continuaran esa labor. “A nadie se le pude negar un taco”, solía decir.

Por donde pasó Conchi, su dignidad dejó huella honda. John Berger, en una de sus visitas a México, sobre un retrato suyo escribió: “Hablar de sinceridad me hace pensar repentinamente en la foto de una mujer que no usa máscara. Su nombre es María Concepción Moreno Arteaga. Madre de seis niños que crió ella sola. Cuarenta y siete años de edad. Ella vive a 200 kilómetros al norte de la Ciudad de México, donde se gana la vida como lavandera. Hace tres años fue arrestada por las fuerzas de seguridad del gobierno mexicana, que la echaron a la cárcel con el cargo, absolutamente falso, de estar implicada en el tráfico de migrantes ilegales (…) Un día, María Concepción se topó con seis de esos migrantes, harapientos, que habían cruzado ya medio país y que le pedían agua. Así que les dio agua y algo de comer, porque ante su manera de pedírselo ‘no había modo de negárselo’. Después de ser acusada pasó más de dos años en prisión (…). El mensaje de sus ojos en la foto es: ‘No es posible negarse’”.

Y es que el mensaje de Conchi, con sencillez y sin regodeo, fue siempre ése que Berger supo entrever en su retrato: que hay interpelaciones ante las que no podemos ser ciegos ni sordos pues nuestra propia humanidad se juega en cómo respondemos. La vida de Conchi encarnaba, sin estridencia y sin protagonismos, el fundamento ético de la opción por los derechos humanos: esa que supone saber responder a rostros concretos ante los que no cabe negarse.

Hoy que la situación migratoria se ha deteriorado, conviene recordar el testimonio de vida de hombres y mujeres como Concepción Moreno Arteaga. Porque por cada funcionario que violenta los derechos de las personas migrantes, por cada atrocidad cometida contras las personas migrantes, por cada mexicano que repite acríticamente discursos xenófobos, por cada voz que se empeña en negar la evidente crisis migratoria por razones políticas, existen cientos de mexicanos y mexicanas que en la senda de Doña Conchi -y de otros grandes defensores de personas migrantes, como Pedro Pantoja- siguen respondiendo con solidaridad a las personas migrantes y siguen sin negarse a su interpelación.

Descanse en paz, Concepción Moreno Arteaga.