Por Alicia de los Ríos Merino.

Jefita:

Hoy, 22 de septiembre, es tu cumpleaños. Cuando era pequeña observaba a mi abuela Alicia cocinando un pastel para celebrar tu vida. Yo era la encargada de soplar las velas y, como deseo para ambas, rogaba poder abrazarte. Te imaginaba estudiando lejos hasta que, años más tarde, me confesaron que eras una presa política. No comprendí que era eso, pero me pareció grave. Sólo te pensé prisionera en una cárcel gris, cuadrada y con barrotes, como las que salían en las películas. Seguirías hermosa pese al uniforme que debías vestir.

En las fantasías en las que iba a verte, los policías no tenían cara, sólo uniforme. La esperanza de visitarte duró hasta mi adolescencia. Pero nunca te trasladaron a una cárcel normal ni te liberaron ni te conocí. Cuando crecí descubrí que mi tía Martha y mi abuela tenían un secreto: desde que fuiste detenida y desaparecida el 5 de enero de 1978 por pertenecer a la Liga Comunista 23 de Septiembre, te buscaron de manera errática, sin saber en qué prisión estabas.

Estudié Derecho con la motivación de encontrarte. Cuando cumplí 25 años, en junio de 2002, tu madre Alicia, tu hermana Martha y yo, acompañadas por el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, tuvimos por primera vez la oportunidad de denunciar penalmente tu desaparición ante la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP).

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Durante los siguientes cuatro años revisamos una y otra vez el fondo documental de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), el archivo policiaco más extenso sobre la contrainsurgencia al que hemos podido acceder. Conocimos tu fotografía detenida, con esa mirada tan igual a la de tu papá Gilberto, en la que contemplabas con destellos de abatimiento y dignidad a tus captores. Lloramos ante tu tristeza. Leímos el interrogatorio realizado en el Campo Militar número 1, imaginándote herida y sometida ante los perpetradores. Nos aprendimos de memoria los testimonios de tus compañeros sobrevivientes Mario Álvaro Cartagena López, Amanda Arciniega Cano y Alfredo Medina Vizcaíno, quienes, valientes, declararon ante la prensa y las autoridades que te vieron o escucharon detenida en instalaciones militares entre 1978 y 1980. Insistimos ante la FEMOSPP en que rindieran cuentas quienes te detuvieron, te hirieron, te ocultaron, te torturaron y te han mantenido desaparecida por 43 años. Pero el Estado no estuvo a la altura y prevaleció la amnistía de facto.

Todos los encuentros con posibles responsables de tu desaparición y la de tus compañeres ha ocurrido por azar o por iniciativa de sus familias. En tu búsqueda conocí a dos militares que parecían buenas personas, pero por los archivos abiertos me enteré de su participación en la violencia contrainsurgente. Cuando cursé el bachillerato traté al general Luis Montiel López, encargado de la V Zona Militar en Chihuahua hasta 1994. Gestor amable ante las doñas, se ganó su confianza. Años después, me enteré de que fue integrante del grupo castrense liderado por los temidos Mario Acosta Chaparro y Francisco Quiroz Hermosillo en Guerrero. ¿Por qué no lo supe entonces, para preguntarle sobre tu destino después de que te trasladaron a la base área de Pie de la Cuesta en mayo de 1978?  

Al otro militar lo busqué en la Ciudad de México: el médico Juan Altamirano Pérez, quien en los noventa declaró ante la CNDH que atendió un parto tuyo en la prisión de Santa Martha Acatitla después de 1978. Según él, diste a luz a una niña que sería mi hermana menor. Cuando leí la noticia me derrumbé. “Ahora debo buscar a dos”, pensé.

Platiqué con Altamirano dos veces en el año 2002 y concluí que mentía. Tras años de investigación no existen indicios de que hubieras permanecido en una prisión pública, y quienes te vieron en instalaciones militares aseguraron que no estabas embarazada. Años después supimos que Altamirano trabajó para Arturo Durazo Moreno en la Dirección General de Policía y Tránsito y era conocido como “Doctor Muerte”. Hoy pensamos que sus declaraciones sobre la atención a múltiples partos pueden haber sido una estrategia para distraer la búsqueda que realizaban nuestras abuelas.

Lamento profundamente, mamá, que en esos encuentros no supiera quiénes eran mis interlocutores. En parte por ello, con treinta años y ya siendo madre de tus dos nietos, me puse a estudiar Historia, intentando comprender este rompecabezas en el que se convirtió nuestra vida tras tu militancia y desaparición.

Es hasta hoy, a diecinueve años de la denuncia, cuando hemos localizado a agentes involucrados en tu detención, interrogatorios y traslados. Pese a los esfuerzos que los victimarios hicieron para permanecer en las sombras por décadas, hemos logrado que la FGR les cite a declarar.

El primer testigo de tu caso fue citado el jueves 22 de julio. Pese a que me advirtieron que podría no presentarse, para nuestra sorpresa sí lo hizo. El exagente -estatura y complexión regular, de setenta y tantos años, vestido con ropa deportiva de marca y acompañado por un joven abogado- estaba sentado con ojos de desconcierto. Como en mis fantasías de chiquita, parecía no tener rostro. La cara, cubierta por una mascarilla, podría ser la de cualquiera.

Al verlo, la Lichita que deseó más que nada visitarte en la cárcel desconocida me tomó de la mano, nerviosa. La consolé: “es una cita impostergable con uno de los hombres que posiblemente se llevaron a mamá”.

Durante cerca de ocho horas estuvimos sentados frente a frente. Nuestra actitud fue serena y atenta. Agradecí su asistencia y solicité su colaboración para esclarecer tu paradero. A lo largo del interrogatorio le preguntaron sus datos generales y las diferentes labores que ocupó en la DFS.

Al poco tiempo de cuestionarlo, estalló defendiendo el honor de su institución, cuestionándonos los motivos por los cuáles les consideramos “los culpables de todo”. ¿Cómo no pensarlo?, le respondí, cuando produjeron millones de informes con sus nombres y firmas en donde comunicaron a sus superiores cuando detenían, interrogaban o ejecutaban a alguno de ustedes, jefita. ¿Cómo no pensar que saben el paradero de los desaparecidos?

Conocimos su punto débil: no toleraba que el equipo jurídico del Centro Prodh, la agente del Ministerio Público o yo nos refiriéramos a ti o a tus compañeros como víctimas a quienes se les violaron una serie de derechos humanos de manera grave. Es obvio que sigue pensándose patriota e impune.

De manera constante, este exagente rompió el juramento de conducirse con la verdad: negó reiteradamente las funciones que desempeñó en la DFS junto a sus contemporáneos. Insistió en que nada conoció de lo ocurrido en esos años que llamamos de “guerra sucia”. Lo que desconocía, jefita, es que, aunque finja o mienta, lo que nos sobra es perseverancia.

Pese al ocaso de la DFS y de sus integrantes, el orgullo, la lealtad, los pactos de silencio y la protección hacia sus compañeros y superiores continúan. No obstante, seguiremos en el empeño de que rindan cuentas. ¿Quién sabe? Es posible, como ha ocurrido en otros países, que el paso de los años, la proximidad de su muerte, la conciencia del daño causado en la reserva de mínima humanidad que quizá incluso ellos tengan, el peso de la culpa o el mensaje que generan medidas tales como la recientemente anunciada decisión de revisar el período con una comisión de la verdad -aún por materializarse-, puedan influir en que por fin algún perpetrador rompa el silencio y hable. En todo caso, es nuestra obligación seguir intentándolo y no cejaremos en ese empeño, con la dignidad por delante, aunque no sea sencillo estar cara a cara con ellos.

Este 22 de septiembre celebraremos tu 69 aniversario y pediré el deseo de siempre: encontrarte. Por ti y por la pequeña Lichita que te esperó siempre, en fechas importantes o en cualquier día.

Feliz no cumpleaños, mamá, donde quiera que te encuentres.


*Alicia de los Ríos Merino hija es abogada e historiadora. A través de la historia oral investiga sobre juventudes, insurgencias y comunidades de víctimas de la desaparición forzada. Desde pequeña busca a su mamá homónima.