El momento es oscuro y las muestras iniciales de resistencia no disipan los nubarrones. Pero la activación inmediata de resistencias ancladas en tradiciones religiosas o cívicas recuerda cómo la profundidad de la erosión democrática depende también de lo que hagan o dejen de hacer los actores del espacio cívico.
Mirando directamente a los ojos a Donald Trump, una voz serena de mujer se alzó para defender la dignidad:
“Señor Presidente […] le pido que se apiade de las personas de nuestro país que ahora tienen miedo. Hay niños gays, lesbianas y transexuales en familias demócratas, republicanas e independientes, algunos de los cuales temen por sus vidas. Y las personas que recogen nuestras cosechas, limpian nuestros edificios de oficinas, trabajan en granjas avícolas y plantas de envasado de carne, lavan los platos después de comer en los restaurantes y trabajan en los turnos de noche en los hospitales: puede que no sean ciudadanos o no tengan la documentación adecuada, pero la gran mayoría de los inmigrantes no son delincuentes […] Le pido que tenga piedad, Señor Presidente, de aquellos en nuestras comunidades cuyos hijos temen que sus padres sean llevados, y que ayude a quienes huyen de zonas de guerra y persecución en sus propias tierras a encontrar compasión y acogida aquí”. *
La intervención de la Obispa Mariann Edgar Budde ante el Presidente de Estados Unidos de América es una lección sobre cómo confrontar a los autoritarios contemporáneos: con la mesura respetuosa que no se suele encontrar del otro lado; con más sustantivos que adjetivos; con una firmeza valiente que no transige al esgrimir la verdad.
Este discurso no fue una expresión aislada. Frente al racismo y la discriminación que promueve el nuevo gobierno estadounidense, el Obispo de El Paso ha alzado la voz con valentía en defensa de los migrantes y recientemente el Arzobispo de Washington pidió disculpas a la comunidad LGBTQ+. Desde convicciones similares, en ambos lados de la frontera la amplia red de albergues que animan diferentes comunidades de fe está cubriendo los estragos de las políticas impulsadas por el gobierno trumpista. Organizaciones fundamentales como el Servicio Jesuita a Refugiados, la Iniciativa Frontera Kino, la Casa del Migrante de Saltillo, el Centro de Derechos Humanos Fray Matías de Córdova, o la Red de Documentación de las Organizaciones Defensoras de Migrantes (Redodem) documentan ya, en primera línea, el impacto de estas políticas xenófobas.
También desde múltiples perspectivas ciudadanas empieza a tejerse en el vecino país del norte la resiliencia democrática. Mientras la oposición partidista continúa en su pasmo, actuando dentro de la valiosa tradición de la defensa legal de los derechos humanos organizaciones como la Unión Americana por las Libertades Civiles (ACLU) han empezado a cuestionar en los tribunales las medidas del gobierno entrante.
La atención pública se centra en las reacciones de los gobernantes y estas privilegian, sobre todo, la racionalidad económica. Pero es este tejido de organizaciones e iglesias el que está reaccionando frente al dolor humano y el miedo que cunde. Son estas plataformas, cuya voz amplifica lo mejor del periodismo de investigación, las que alzan la voz por los paisanos quienes, tras décadas de trabajo honesto en los Estados Unidos, están siendo deportados y separados de sus familias por no tener papeles; quienes tienden la mano a los migrantes que se han quedado varados en nuestra frontera al ya no contar con la cita para solicitar refugio; quienes documentan los abusos del Ejército y la Guardia Nacional contra las personas migrantes por la creciente militarización de las dos fronteras y del Instituto Nacional de Migración.
El momento es oscuro y estas muestras iniciales de resistencia no disipan los nubarrones. Pero la activación inmediata de resistencias ancladas en tradiciones religiosas o cívicas recuerda cómo la profundidad de la erosión democrática depende también de lo que hagan o dejen de hacer los actores del espacio cívico. Que la suma de los esfuerzos de estos actores vaya a ser exitosa en detener los peores retrocesos, no es un resultado seguro y ni siquiera probable. Mas no conducirá a mejor puerto dejar de escuchar estas voces pensando que es más efectivo apoyar a quienes modulan la crítica para acomodarse al nuevo orden de cosas o quienes callan lo evidente pensando que con ello abonan a la “unidad nacional”.
Por eso, en tono y en sustancia, las palabras de la Obispa son un ejemplo sobre cómo articular la resiliencia democrática y, en momentos donde los llamados a la unidad se multiplican, sus reflexiones al respecto son también aleccionadoras:
“¿Cuáles son los fundamentos de la unidad? […] El primer fundamento de la unidad es honrar la dignidad inherente a todo ser humano […] En el discurso público, honrar la dignidad de los demás significa negarse a burlarse, descartar o demonizar a aquellos con los que discrepamos, optando en su lugar por debatir respetuosamente nuestras diferencias y, siempre que sea posible, buscar un terreno común. Y cuando el terreno común no es posible, la dignidad exige que nos mantengamos fieles a nuestras convicciones sin despreciar a quienes tienen convicciones propias. El segundo fundamento de la unidad es la honestidad, tanto en las conversaciones privadas como en el discurso público […] no siempre sabemos dónde está la verdad, y ahora hay muchas cosas que van en contra de la verdad. Pero cuando sabemos lo que es cierto, nos corresponde decir la verdad, incluso cuando, especialmente cuando, nos cuesta. El tercer y último fundamento de la unidad […] es la humildad, que todos necesitamos porque todos somos seres humanos falibles. Cometemos errores, decimos y hacemos cosas de las que luego nos arrepentimos, tenemos nuestros puntos ciegos y nuestros prejuicios, y quizá seamos más peligrosos para nosotros mismos y para los demás cuando estamos convencidos sin lugar a dudas de que tenemos toda la razón y de que los demás están totalmente equivocados”. *
Todo un programa de acción personal y colectiva para los tiempos que corren en los Estados Unidos, pero también en México y el mundo.
*Traducción de Alonso Martínez, para El País.