Jaqueline Palmeros finalmente encontró a su hija Monserrat, cinco años después de su desaparición. La determinación es fruto del esfuerzo de esta madre buscadora ejemplar y una muestra de que la capital no es ajena a la crisis de desapariciones que vive México.
Jaqueline Palmeros, quien durante cuatro años y medio buscó incansablemente a su hija Monserrat, desaparecida durante el año 2020 en la Ciudad de México, fue notificada la semana pasada sobre la identificación de los restos de la joven. La determinación es fruto del esfuerzo de esta madre buscadora ejemplar y una muestra de que la capital no es ajena a la crisis de desapariciones que vive México.
Como muchas familias, la de Jaqueline recibió con zozobra y pesar extremo la noticia de la desaparición de su hija Jael Monserrat, de 20 años cuando se la llevaron. Como tantas personas, acudieron a las instituciones de la CDMX esperando una respuesta inmediata, a la altura de una capital que se asume como Ciudad de los Derechos y vanguardia en las políticas de género. Pero la búsqueda de Monserrat no se realizó con la debida diligencia.
Desesperada, Jaqueline se sumó a los primeros colectivos de familiares de personas desaparecidas que se conformaron en la ciudad, emulando a las agrupaciones que existen desde hace más de una década en otras entidades del país. Con sus compañeras, Jaqueline aprendió que sin una interpelación firme, las autoridades capitalinas no serían distintas a las de otros estados.
Los colectivos capitalinos detectaron que algunos puntos, en zonas como el Ajusco, podrían requerir intervenciones más intensivas. Las madres lo hicieron del conocimiento de las autoridades, pero también de otros actores que se han solidarizado con su lucha; particularmente, con religiosas y religiosos que en sus comunidades de fe implementaron la metodología conocida como “Buzones de Paz”, mediante la cual se recibe y recaba información anónima relevante para la búsqueda de personas desaparecidas. Una metodología que, por cierto, ha mostrado ser efectiva y que, por ello, valdría la pena que se replique en las prisiones federales y estatales.
Fue por esta metodología que Jaqueline y su colectivo tuvieron información de un punto de búsqueda en el Ajusco, en el que, según se les refirió, podrían encontrarse restos humanos. Las buscadoras, entre ellas Jaqueline, se prepararon para acudir a indagar el lugar y dieron parte a las autoridades. Se trabajó en el predio durante el pasado mes de noviembre, y aunque no se agotó a cabalidad el rastreo, se recuperaron del sitio algunas piezas óseas humanas.
La Fiscalía General de Justicia de la CDMX confirmó la identificación mediante confronta de perfiles genéticos, pero funcionarios notificaron con torpeza y de forma revictimizante a Jaqueline. Fue necesaria la posterior intervención de las altas autoridades de la Fiscalía capitalina, recién llegadas a sus posiciones, para que el proceso se corrigiera, y se habilitó –como debió ocurrir desde el principio– un diálogo más empático y digno entre los familiares y las autoridades, encabezado adecuadamente por la nueva titular.
El hallazgo de Monserrat es una muestra del enorme tesón de madres buscadoras como Jaqueline, que movidas por el amor no se detienen hasta dar con quienes les hacen falta. Pero el caso no puede darse por cerrado: hace falta ahora agotar cabalmente la búsqueda y sancionar a los responsables, hoy impunes.
Este proceso es también una ventana a la realidad de las desapariciones en la capital. Sin duda, no sería preciso equiparar la situación de la CDMX en esta materia con las gravísimas crisis que enfrentan estados con un cúmulo de casos y un rezago forense superior, consecuencia de una mayor violencia y de un control macrocriminal más extendido en el tiempo y el espacio; simultáneamente, negar que en la CDMX hay personas desaparecidas, sitios clandestinos de inhumación y ocultamiento de cuerpos y restos, es falsear la realidad. Más aún: presumir que en la capital las políticas de investigación, búsqueda, identificación forense, atención a víctimas y registro son ejemplares o asumir que no requieren corrección alguna, es simplemente negar la realidad.
Es de esperar que, en consonancia con la tradición democrática de la capital, las autoridades entrantes abran puentes para construir alternativas de mejora en diálogo con las víctimas, la academia y la sociedad civil. En ese sentido, es una buena señal que la jefa de Gobierno se haya reunido el pasado viernes con diversos colectivos, sin dejar de lado el llamado de las familias a que no se excluya a nadie.
Desde el Centro Prodh reconocemos la lucha de las madres buscadoras de la CDMX y en particular abrazamos y acompañamos a Jaqueline y su familia en este momento: hacemos votos para que con el tiempo, este triste hallazgo y la dolorosa identificación puedan al menos traer paz; como ocurre en casos similares, a ello puede contribuir la certidumbre de que su madre no claudicó en su amorosa búsqueda de Monserrat, hasta encontrarla.