Alicia de los Ríos fue desaparecida en 1978. Tenía 25 años cuando fue vista por última vez en el Campo Militar número 1. Su hija ha hecho de todo por esclarecer el paradero de su madre. Lo que no ha hecho es rendirse.
El pasado 5 de enero, en Chihuahua, se realizó un acto público al cumplirse 47 años de la desaparición forzada de Alicia de los Ríos. La acción, organizada por su hija del mismo nombre, se organizó afuera de la casa en que creció, donde desde hace algún tiempo se instaló en la fachada un memorial. El acto, en el que se congregaron sobrevivientes del periodo y personas defensoras de derechos humanos, incluyó una ceremonia religiosa presidida por el entrañable jesuita Javier “Pato” Ávila S.J., siempre comprometido con la justicia.
Alicia de los Ríos fue desaparecida en 1978. Tenía 25 años cuando fue vista por última vez en el Campo Militar número 1. Muy probablemente, fue trasladada a la base de Pie de la Cuesta, en Guerrero, donde, como muchos y muchas, es posible que haya sido desaparecida mediante los “Vuelos de la Muerte”. Alicia es una de las 1,103 personas que, de acuerdo con el Mecanismo de Esclarecimiento Histórico, creado por el Estado, fueron desaparecidas en esa época.
Año con año, la familia de Alicia de los Ríos nombra su ausencia desde el día en que desapareció, al tiempo que renueva su demanda de justicia y verdad. Sumándonos a este empeño, en esta ocasión -además de evocar a la Alicia desaparecida- desde el Centro Prodh queremos también reconocer la búsqueda que ha realizado Alicia hija.
Formada desde la infancia en las luchas de las doñas que, en condiciones sumamente adversas, demandaban con valentía que se esclareciera el paradero de sus seres queridos. Alicia es un ejemplo de dignidad y tesón. Firme en su convicción, ha enfrentado gobiernos y coyunturas guiada siempre con la brújula de la verdad, la justicia, la memoria. Ha hecho de todo: marchas, acciones legales, demandas internacionales, protestas, expresiones artísticas, movilizaciones, congresos académicos, inspecciones ministeriales, podcast, diálogos con perpetradores, reportajes y mil y una reuniones. Lo que no ha hecho es rendirse; tampoco ha dejado que le arrebaten su franca sonrisa norteña.
Junto con más personas, durante el pasado sexenio, Alicia acompañó los esfuerzos emprendidos por el gobierno para avanzar en el esclarecimiento del paradero de las y los desaparecidos de la llamada “Guerra Sucia”. Consciente de que en estos temas las ventanas de oportunidad duran poco y que cada paso importa –por pequeño que sea–, Alicia coadyuvó con las autoridades –cuando había condiciones para ello al comienzo del sexenio– y denunció, con dignidad y sin transigir, cuando éstas se agotaron hacia finales de la administración, una vez que se extravió el ímpetu inicial.
Y es que, pese a los esfuerzos preliminares, el sexenio anterior dejó tras de sí oportunidades perdidas y, con ello, hubo otro triunfo de la impune opacidad militar. Llevaban razón los integrantes del Mecanismo de Esclarecimiento Histórico que presentaron su informe antes de que terminara el sexenio, y que a lo largo del proceso documentaron y denunciaron en voz alta y sin rodeos que el compromiso desfallecía y que persistía la obstaculización castrense. Las pruebas están a la vista: ningún funcionario de relevancia recibió los informes del Mecanismo, hasta ahora no se vislumbra ningún seguimiento serio y de buen nivel en el ámbito oficial, y el Ejército sigue sin reconocer nada.
Siendo así, al evaluar el sexenio anterior en este rubro, el hecho político más relevante del que hay que dar cuenta es, sin duda alguna, la reticencia militar a deslindarse públicamente y sin reservas de lo ocurrido en la “Guerra Sucia”, además de su rechazo a colaborar proactivamente en la determinación del paradero las personas desaparecidas, al no abrir sus archivos. Ponderar adecuadamente este hecho permite entender mejor el pasado y contribuye también a orientar mejor nuestro entendimiento y nuestra acción en el presente.
Que se haya perdido otra oportunidad, sin embargo, no ha detenido a Alicia, quien como tantos y tantas familiares sigue demandando lo que por derecho y dignidad le corresponde, pues el horizonte por el que se movilizan las víctimas nunca ha estado supeditado a coyunturas políticas o partidistas. El acto del pasado 5 de enero es muestra de ello.
Conforme la crisis de desapariciones en México continúa y se extiende, tristemente, surge una nueva generación de hijos e hijas de personas desaparecidas que se movilizan y organizan para buscar a quienes les hacen falta. Les vemos en las marchas, en las reuniones, en los talleres, en las asesorías que llegan cada día al Centro Prodh. Y aunque las circunstancias de las desapariciones actuales no son las que imperaron en los setenta, el dolor es el mismo. Cuando estos familiares busquen referentes, podrán encontrar en el digno testimonio de personas como Alicia, como Tita Radilla, como Tania Ramírez, como Alejandra Cartagena, un norte ético para guiar los pasos: el que se caracteriza por no medrar con la lucha para obtener posiciones personales, por no acomodar la demanda esencial a los tiempos políticos, por no modular la voz con oportunismo, por no consentir el olvido y la desesperanza, por insistir desde el amor y no desde el odio o la estridencia, y por construir en colectivo sin afanes protagónicos.
A 47 años, seguimos desde el Centro Prodh sumándonos a quienes preguntan ¿dónde está Alicia? Al mismo tiempo, rendimos tributo a la búsqueda emprendida por sus familiares, abrazando con respeto y admiración a Alicia hija.