Aunque el sexenio en ciernes parece abrir oportunidades para las luchas contra las desigualdades y a favor del medio ambiente, persisten las muy justificadas preocupaciones sobre los derechos civiles y políticos, sobre la continuidad de la violencia exacerbada y sobre la debilidad del Estado de Derecho.
Los 100 compromisos presentados por la presidenta de la República incluyen aspectos positivos, pero no delinean aún la política integral que México necesita con urgencia en materia de derechos humanos.
Desde luego, lo anunciado en materia de derechos sociales, derechos de las mujeres y derechos ambientales es positivo. En particular, que se reconozca expresamente la necesidad de impulsar la transición energética frente a la crisis climática y que la primera presidenta anuncie medidas para erradicar la violencia contra las mujeres es encomiable.
Publicado originalmente el día 08 de octubre del 2024, en «La lucha cotidiana de los derechos humanos».
En derechos civiles y políticos, sin embargo, el panorama es distinto. Es positivo que se haya retomado el compromiso de esclarecer el caso Ayotzinapa, pues las madres y los padres de los 43 no han accedido a justicia y verdad plenas, pero la crisis de desapariciones trasciende por mucho a un solo caso y no se están presentando medidas extraordinarias para atender esta crisis. Acciones básicas como retomar la construcción de instituciones especializadas en lidiar con el rezago forense y como el fortalecimiento de las debilitadas instancias de búsqueda, así como la rearticulación del muy deteriorado Sistema de Atención a Víctimas, no han sido anunciadas.
Igualmente, es positivo que se haya refrendado el papel de la comandanta suprema, pero es lamentable que se niegue esta evidente militarización con el frágil argumento de que en México no hay estado de excepción y sí presidencia civil, razonamiento que resulta similar a los que planteaban anteriores administraciones, al tiempo que ampliaban las facultades y los recursos de las Fuerzas Armadas. Justamente por ello, siendo positivo que se haya reconocido la responsabilidad de Estado respecto de la masacre del 2 de octubre de 1968, es una oportunidad perdida que en este acto se haya diluido la responsabilidad de las Fuerzas Armadas, caracterizándolas como inocentes sujetos pasivos de las instrucciones dadas por civiles, sin avanzar -por ejemplo- en transparentar los archivos militares.
Igualmente, es positivo que se exprese el respeto a la diversidad política, social, cultural, religiosa y sexual, pero este compromiso entra en tensión con la afirmación de que se seguirá promoviendo la reforma electoral prevista en el “Plan C”, pues la eliminación de tajo de las candidaturas plurinominales iría en detrimento de la representación de la pluralidad del país.
En suma, aunque el sexenio en ciernes parece abrir oportunidades para las luchas contra las desigualdades y a favor del medio ambiente, persisten las muy justificadas preocupaciones sobre los derechos civiles y políticos; sobre la continuidad de la violencia exacerbada y sobre la debilidad del Estado de Derecho. En estos ámbitos, seguir las inercias heredadas por la administración previa será insuficiente. Cuestiones como el rumbo de la reforma judicial ―en la que es un buen mensaje de la Presidenta descartar la amenaza de juicio político a las y los ministros con que han amagado irresponsablemente algunos legisladores―; o como la inminente definición entre continuidad o cambio en la maltrecha CNDH permitirán sopesar si hacia adelante dominarán solamente estas inercias.
En este mismo orden de ideas, será fundamental lo que se anuncie en materia de seguridad, pues detrás de fenómenos como la crisis de desapariciones se encuentra el avance del control territorial de la macrocriminalidad. Realidades como las que enfrentan Sinaloa, Chiapas o Guerrero ―donde el asesinato con decapitación del presidente municipal de la capital de la entidad marca un oprobioso nuevo hito― confirman que la mera inercia respecto de políticas fallidas del anterior sexenio no bastará.