Con generalizaciones ideologizadas e infundadas, estamos a punto de perder al INAI y al Coneval, dos instituciones que, con todo y sus defectos, han sido y son útiles para tutelar derechos.
Ha avanzado el proceso legislativo relacionado con el paquete conocido como “Plan C”, incluyendo las modificaciones encaminadas a eliminar diversos órganos autónomos.
Estas reformas, que suponen modificaciones a al menos 14 artículos constitucionales, proponen eliminar en principio 7 órganos, concretamente: la Comisión Federal de Competencia Económica (COFECE), el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), la Comisión Reguladora de Energía (CRE), la Comisión Nacional de Hidrocarburos (CNH), la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación (MEJOREDU), el Consejo Nacional de Evaluación de Política de Desarrollo Social (CONEVAL) y el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos personales (INAI).
Publicado originalmente el día 13 de agosto del 2024, en «La lucha cotidiana de los derechos humanos».
De este conjunto de modificaciones, las relacionadas con órganos que tienen por mandato tareas vinculadas a la garantía de derechos humanos son especialmente preocupantes y deben analizarse por separado. La naturaleza del CONEVAL y del INAI es diferente a la del resto de los organismos que se quieren eliminar. Es un error aducir que estos órganos fueron parte de la propensión neoliberal de arrancar de la administración pública aspectos de política pública, pues en realidad la naturaleza de estos dos organismos es otra: proteger derechos.
Eliminar al CONEVAL y al INAI va a contrapelo del necesario fortalecimiento de la garantía de los derechos humanos. El primero es relevante para evaluar de forma técnica la política pública de garantía de los derechos sociales —y con ello evaluar mejor si la política social efectivamente está reduciendo la pobreza— y el segundo para asegurar el acceso a la información pública gubernamental y la tutela de los datos personales. Estas funciones suponen una función de monitoreo externo al gobierno.
La propuesta de eliminar de tajo al INAI es particularmente lamentable. El Instituto fue arrancado al poder por la ciudadanía para ampliar el acceso a la información gubernamental. Son muchos los temas en los que contar con el INAI ha permitido monitorear mejor el funcionamiento de los poderes públicos.
En derechos humanos, gracias a que existe el INAI, organizaciones como el Centro Prodh hemos podido monitorear la ineficiencia de la Fiscalía General de la República; conocemos las versiones públicas de expedientes de casos de graves violaciones a derechos humanos, con lo que se ha podido construir espacios como Memoria y Verdad; conocemos el preocupante funcionamiento real de la Guardia Nacional, ya que ha sido gracias a solicitudes de información que conocemos los informes pormenorizados del uso de la fuerza o cuántos cuarteles se han planeado construir en entidades como la Ciudad de México. Gracias al INAI también se ha ordenado que Sedena haga públicos los contratos con la empresa proveedora del malware Pegasus, y también se han revelado las debilidades del Sistema Ombudsman y las deficiencias del Sistema Nacional de Atención a Víctimas, entre muchos otros temas.
Los aportes de esta institución son innegables. Y habiendo sin duda temas que mejorar —realizar un ejercicio más austero y eficiente de su presupuesto, reducir el número de personas comisionadas— o incluso que investigar —la torpe recontratación de excomisionados en la plantilla, los casos documentados de corrupción interna—, desaparecer de tajo la institución es para la ciudadanía, en los hechos, perder una herramienta de garantía de derechos.
Sobre todo si se considera que, hasta ahora, lo que se propone es que sus funciones se trasladen a la Secretaría de la Función Pública en lo que respecta a la Administración Pública Federal; al órgano de control y disciplina del Poder Judicial; a los órganos de control de los organismos constitucionales autónomos, y a las contralorías del Congreso de la Unión, en sus respectivos ámbitos de competencia, amén de prever que se replique esta estructura en el ámbito estatal con sus contralorías o áreas homólogas.
El retroceso es evidente e innegable: de contar con un instituto especializado en garantizar el acceso a la información, se plantea volver a los tiempos en los que la propia administración pública decidía qué se transparentaba, lo que previsiblemente derivará en mayor opacidad. En el ámbito federal, por poner un ejemplo, volverá a ser la poderosa Secretaría de la Defensa Nacional —supervisada sólo por la débil Secretaría de la Función Pública— la que decida por sí y ante sí la entrega de información pública a la ciudadanía.
Por eso, llevan razón Artículo 19, Fundar y el Observatorio de Designaciones Públicas cuando critican la dictaminación de prisa y sin discusión de la iniciativa, y advierten: “[…] el hecho de que se proponga que la Secretaría de la Función Pública asuma las funciones que actualmente realiza el INAI es contrario a los avances registrados en materia de transparencia […]. Esto no significa que no sea necesaria una reforma legislativa […] pero la que es urgente es una que fortalezca el trabajo del órgano autónomo, sobre todo, ante la práctica cada vez más recurrente que han asumido las instituciones de no entregar la información o declararla como reservada”.
El dictamen relativo afirma que los organismos que se propone eliminar “[…] fueron creados como consecuencia del impulso de un modelo de administración pública nuevo liberal (sic) que data de inicios de los años 90 […]. Ese régimen ha posicionado a los órganos constitucionales y públicos autónomos […] como equiparados a los poderes públicos tradicionales con los cuales rivalizan y a los que incluso se superponen […], sin considerar que son gobernados de manera inmediata y directa por servidores públicos capturados […] por grupos políticos y de interés económico, ligados a su vez a los propios sujetos que deben ser regulados […]” (p. 69). En los casos del CONEVAL y el INAI, al menos, esta perspectiva es falsa. Con generalizaciones ideologizadas e infundadas, estamos a punto de perder dos instituciones que, con todo y sus defectos, han sido y son útiles para tutelar derechos.