La migración insegura y desordenada que masivamente se está dando ahora tiene que ver precisamente con las políticas, no solo migratorias, sino de todo tipo.
En el marco del primer aniversario de la masacre en Camargo, Tamaulipas, abrimos este espacio a José Luis González, jesuita que acompaña en Guatemala a los familiares de las víctimas. Esperamos que su mirada, desde la realidad a ras de tierra, ayude a que crezca en México la empatía que se ha adormecido frente al imparable drama de las personas migrantes centroamericanas.
Publicado originalmente el día 24 de enero de 2022, en «La lucha cotidiana de los derechos humanos».
Un año después de la masacre de migrantes en Camargo, Tamaulipas, en la que fueron asesinados y calcinados dieciséis migrantes de Guatemala, dos mexicanos y un salvadoreño, no se ha avanzado mucho en el proceso legal. Abogados de la Fundación para la Justicia, el Centro Prodh y la Red Jesuita con Migrantes dan seguimiento desde la representación legal de los familiares. Doce policías estatales, algunos de los cuales pertenecen a un grupo de operaciones especiales (GOPES), entrenados por Estados Unidos, fueron detenidos por su responsabilidad en la masacre. La migración debe de ser un asunto de derechos humanos y no un asunto militar ni criminal, pero la realidad es bien diferente.
Justo en estos días se han reunido los cancilleres de México y de Guatemala para impulsar una migración “segura”. Pero la inseguridad con la que viajan las personas migrantes no deja de aumentar. El 9 de diciembre ocurrió la tragedia del tráiler en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en la que murieron 56 migrantes, y no hay ningún avance en la investigación, a pesar de las imágenes de los tráileres pasando las garitas sin ser detenidos. Prometen más seguridad, pero esta semana ha vuelto a descubrirse otro tráiler en Veracruz con más de 350 migrantes hacinados, y días antes se accidentó otro en Nogales, en el mismo estado. ¿Tan difícil es ver que las políticas de contención y de militarización provocan que aumente la modalidad de migración en enormes camiones que pagan grandes cantidades a las garitas y autoridades?
Tres de las víctimas de la masacre en Camargo iban a reunirse con su familia que ya estaba en Estados Unidos. Madelyn y Brandon iban a reunirse con su padre. Edgar López iba a cumplir 50 años dos días después de la masacre, y estaba regresando a Mississippi, de donde una injusta redada en la fábrica lo deportó un año antes, haciéndole pasar 11 meses detenido, después de haber estado 20 años trabajando en Estados Unidos sin ningún problema con la justicia. Su esposa y sus hijas quedaron allá. Iba a reunirse con ellas. ¿No merecen una migración segura y ordenada?
La migración insegura y desordenada que masivamente se está dando ahora tiene que ver precisamente con las políticas, no solo migratorias, sino de todo tipo. Los jóvenes como Rubelsy, Uber, Rivaldo y Anderson, cuatro de los menores que murieron en la masacre, no tienen oportunidades de estudio porque después de la escuela primaria no hay opciones en su municipio, Comitancillo, abandonado por años por los planes educativos. No hay facilidades para emprendimientos porque no hay, por ejemplo, ni un solo cajero automático en todo el municipio. Y podríamos seguir hablando de las carreteras o de la salud. Cuatro mujeres que componían el grupo, Dora Amelia, Paola Damaris, Leyda Siomara y Santa Cristina, iban con el proyecto de mejorar la salud de sus hijos o de sus padres. Santa Cristina quería ayudar a la operación de labio leporino de su hermanita. Pero la falta de desarrollo, tan unida a la corrupción y la impunidad, hacen que se viva en la inseguridad y el desorden en muchos municipios de donde huyen las personas migrantes. Y se encuentran en el tránsito por México con más inseguridad y desorden, a pesar de los pactos globales de migración que en diciembre del año 2018 fueron firmados por más de 160 países comprometiéndose a una migración “segura” y “ordenada”.
El acompañamiento que se les dio en este año a los familiares, con un equipo psicosocial local y visitas mensuales de apoyo, ha logrado unir al grupo y ganar en confianza, lo que se expresa en un mural pintado por niños, hijos y hermanos de los fallecidos, y por una jornada de convivencia el día de difuntos en el cerro Serchil, elaborando barriletes (cometas) con las fotos y nombres de las víctimas de la masacre, y sintiendo ese lazo de unión con ellas que estaban ya detrás de las nubes.
Como jesuita no me resisto a comentar una coincidencia de fechas que ayudan a reflexionar sobre estas masacres de migrantes, pues antes de Camargo hubo la de San Fernando, las fosas de Cadereyta y otras que siempre parecen ser la última. Y la coincidencia es que el día en que los cuerpos de las víctimas de Camargo llegaban a Guatemala y en la tarde eran velados en sus aldeas fue el 12 de marzo, aniversario del asesinato del P. Rutilio Grande en El Salvador. Y ahora, en el primer aniversario de la masacre, el 22 de enero, el P. Rutilio es beatificado y reconocido como mártir. Una de sus homilías más conocidas fue en una Misa multitudinaria contra la expulsión de un extranjero: el P. Mario Bernal. En esa homilía -de la que después se inspiró el canto “Vamos todos al banquete”- Rutilio habla a favor de una fraternidad donde nadie sea extranjero, donde todos nos sentemos alrededor de una mesa que es el mundo, y donde haya taburete y comida para todos. Ojalá este grito de los mártires y de tantas víctimas sea escuchado en sus reclamos de justicia, verdad y reparación, pero sobre todo en el reclamo de un mundo más fraterno lleno de barriletes de colores que nos sonrían desde arriba, desde ese cielo desde donde los primeros astronautas decían que no se veían las fronteras entre los países.