Las trayectorias de Tutu y Garretón se entreveran con los dolores más severos de la humanidad -el racismo, las desapariciones-, pero también con las respuestas más luminosas que han surgido ante esos agravios: la reivindicación de la dignidad humana mediante acciones concretas de defensa de derechos humanos.
El 2021 terminó con el fallecimiento de dos emblemáticos defensores de derechos humanos: Desmond Tutu, de Sudáfrica, y Roberto Garretón, de Chile. Sus ejemplares trayectorias dejan un legado de dignidad sobre el que vale la pena hacer hincapié en estos inicios del 2022.
Publicado originalmente el día 10 de enero de 2022, en «La lucha cotidiana de los derechos humanos».
Desmond Tutu, Obispo Anglicano, fue con Nelson Mandela una figura central en la denuncia del régimen de apartheid que padeció Sudáfrica durante el siglo XX. Especialmente, Tutu destacó en la construcción y puesta en marcha de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, que se hizo cargo de ese pasado oprobioso, en la que el Obispo impulsó un enfoque de reconciliación fincado no en el olvido y la amnesia, sino en el reconocimiento cabal de lo ocurrido. Tras la caída del apartheid y luego de que se le otorgara el Premio Nobel, Tutu continuó siendo un defensor consecuente: no dudó en denunciar la corrupción de los sucesores de Mandela y abogó desde su iglesia por los derechos de la comunidad LGBTTTIQ+.
Garretón, por su parte, fue un abogado chileno que como integrante de la Vicaría de la Solidaridad de la Iglesia católica, asumió la defensa de las víctimas de la dictadura pinochetista en los momentos más álgidos de la represión en aquel país. Posteriormente, desempeñó diversas responsabilidades en Naciones Unidas, continuó defendiendo derechos en Chile -por ejemplo, respaldando al Pueblo Mapuche e insistiendo en la necesidad de un nuevo proceso constituyente– y acompañó con generosidad esfuerzos colectivos por la justicia y la verdad en diversos países, incluyendo México.
Las trayectorias de Tutu y Garretón se entreveran con los dolores más severos de la humanidad -el racismo, las desapariciones-, pero también con las respuestas más luminosas que han surgido ante esos agravios: la reivindicación de la dignidad humana mediante acciones concretas de defensa de derechos humanos.
Sus vidas, además, presentan elementos comunes, como se puede constatar en los sentidos recuentos que han publicado en días pasados quienes les conocieron. La fe, que para ellos significó ante todo trabajar concretamente por la justicia y por la verdad. La empatía, que les llevó siempre a condolerse con las víctimas. El arrojo, que les impulsó a cruzar las líneas para dialogar con el adversario, incluso con los perpetradores. La firmeza, que entendieron no como estridencia verbal sino como consistencia en el actuar. La bonhomía, que les permitió trabajar por la justicia sin perder afabilidad. La confianza absoluta en los derechos humanos, que les hizo encontrar en este código un firme asidero para denunciar toda injusticia y un norte para guiarse siempre por la defensa de la dignidad humana.
Y, sobre todo, la esperanza, que -como Tutu escribió- supone ser capaces de ver que hay luz a pesar de toda la oscuridad. Garretón compartió esa esperanza en alguna de las pláticas que brindó en México, contando cómo todos los recursos habeas corpus que el equipo de la Vicaría de la Solidaridad presentó en nombre de los detenidos desaparecidos de Chile, pese a que fueron desestimados en su momento por la judicatura, sirvieron después para denunciar objetivamente y con pruebas lo que estaba ocurriendo, así como para que más adelante se acreditaran esas desapariciones. Resumiendo décadas de experiencia, Garretón decía: “en derechos humanos perdemos, perdemos y perdemos… pero al final ganamos”.
Hoy que la violencia se normaliza, al tiempo que priva la falta de empatía para con las víctimas y que se afianza la polarización, no hay mejor manera para empezar el 2022 que invocando el legado de estos dos defensores, cuyos testimonios de vida seguirán inspirando la defensa de los derechos humanos en todo el mundo.