AUTOR: Sin autor
FUENTE: La Jornada
FECHA: 22 de febrero de 2017
Buenas tardes a todos aquí presentes; hay muchos que ya me conocen. A veces cuando oigo »doña Jacinta» y me volteo a verlos y ni los conozco, digo: »¿Quién es?», y me dicen: »Tú no me conoces, pero tú eres la señora de la tele, tú eres la señora del periódico».
Me dicen eso porque yo estuve en la cárcel injustamente porque no sabía defenderme, no sabía hablar ni por qué me llevaban. Es igual que cuando tienes un animalito, lo llevas y ni sabe por dónde. Me decían que era secuestradora y me pongo a pensar y digo que secuestradores eran ellos, porque me llevaban a un lugar que yo no conocía y nunca pensé que iba a llegar allí. A mí me llevaron con engaño, a muchos de nosotros nos ha pasado eso.
Ese día yo estaba en una comunidad católica, no estaba en mi casa. Agarré un taxi para llegar temprano a mi vivienda. Llegando había dos señores que llegaron preguntándome por un terreno, cuando yo no conocía ni de compras ni ventas, pues no tengo nada. Y atravesaron el camino y me dijeron: »No tengas miedo», mientras me llevaban.
»Te vamos a llevar a declarar por un árbol verde que tú cortaste, ¿no sabes que eso es un delito?». Les dije: no, yo no he cortado nada, pues ¿por qué no me lo dijeron antes para entrar en mi casa y ver que ahorita no tengo leña? Y me dijeron: »No, vamos, nomás vas a ir a declarar y te regresas. Hasta nosotros vamos a dejarte en tu casa», como burlándose de nosotros.
A mí en ese momento no me dio miedo, era mi esposo quien iba un poco espantado. Decía: »Se me hace que son esos que llegaron el día de la piratería en Santiago. Tú di la verdad, lo que es y lo que tú viste. No digas otra cosa que no sean verdades». Entonces, por decir la verdad me llevaron tres años y dos meses a la cárcel. Así fue. Yo nunca pensé que iba a estar tres años, pensé que si yo ni vendía ni estaba allí, ¿por qué iba a estar?
Tuvimos una semana inicial con rejas abiertas, cuando uno nunca conoce cómo es la cárcel: todo abierto y un frío… Estaba lloviznando. Y nos dice la custodia: »Agarre una cobija cada quien, nomás una». Y ese lugar donde íbamos a dormir era una piedra sin nada y muy fría. Yo lloré, porque pensé: ¿pues yo qué hice para estar en este lugar? Se habla del infierno y yo creo que en el infierno estoy ahorita en este momento; eso es lo que pensé, porque hacía mucho frío y yo no hice nada.
Pero otro de los días estuve contenta porque mi familia estaba luchando para que yo saliera. Y ya cuando me pasan a población me dicen las compañeras: »¿Por qué estás aquí? Te vimos en la tele que vienes por secuestro. Pero eso nadie te va a creer, ni nosotras. No tengas miedo. Si tú dices la verdad, la luz del día algún día va a salir». Yo creo que en este momento lo estamos viendo, pero no por ello estoy contenta; estaría yo contenta el día que se acabe la injusticia, cuando seamos respetados como indígenas. Y mientras no, no estoy contenta.
Gracias a las compañeras que me apoyaron allá, que me decían »no llores», porque yo lloraba día y noche acordándome de mis hijos que dejé en la primaria, en la secundaria y en bachilleres. Y en su graduación no estuve. Eso es un dolor muy grande cuando tienes hijos, cuando tienes familia y estás unida a ella. En ese momento uno sufre mucho porque si llega la familia a visitarte van llorando y salen con tristeza.
Y gracias a Dios que la directora, la contadora que estaba, era bien buena gente, y dijo: »Cuando llegue su familia, quiero que ustedes estén bañadas, que estén arregladas. Recíbanlos con sonrisas y no llorando». En ese momento yo me ponía fuerte para no llorar. Entraba en la celda y lloraba porque veía a mi familia. Una vez, uno de mis nietos no se quería ir, se quería quedar conmigo.
Yo digo que seamos escuchadas y que se respete nuestro derecho como indígenas, nada más. Que nos hablen y que nos digan: »Tenemos mucho apoyo para los pueblos indígenas». A mí, aunque no me den apoyo, aunque no me den un peso, con tal de que se haga justicia con todo lo que hay en este momento, porque ahorita yo ya la viví y me duele mucho escuchar a otros y verlo en otras personas. Me duele porque me hace revivir y recordar todas las cosas que me pasaron a mí y a mi familia. Y, por ejemplo, como dijo mi hija, mi hijo que falleció a los 5 meses y los 3 años de que me quitaron de libertad, eso no se puede regresar. Nunca se puede recuperar.
Yo le pediría a quien nos esté escuchando, como el presidente de derechos humanos… porque recurrimos con mi familia a diputados, a senadores, a gobernadores, y decían que no podían hacer nada porque era un delito muy grave. Y entonces llegaban y me decían: »Ya fuimos con éste, pero no nos atendió, no nos dijo nada», y en ese momento me ponía a llorar.
Y una compañera me decía: »No llores, doña Jacinta, ya sabes que nosotras aquí te apoyamos, te ayudamos». Y las personas que me apoyaron son las que llevaban un delito muy grave. A veces dicen que son los malos, pero para mí son los que fueron mejores amigos porque me apoyaron cuando yo no sabía hablar, cuando no entendía bien las palabras, cuando no sabía qué decir… Ellos me dijeron qué significaban las palabras que yo no entendía. Por eso no me daba miedo, porque yo no sabía qué era un secuestro; me dio miedo cuando ya uno me dijo: »Pues quién sabe si te vas o no, porque el delito por el que te están acusando es grave. Yo vengo por homicidio y es más fácil que me vaya yo que tú».
Pensé: ¿Y ahora qué voy a hacer? ¿Quién me va a ayudar? Más que pedirle a Dios. Mi esposo me decía: »No llores ni tengas miedo, nosotros estamos luchando». Y mis compañeras: »Hay personas que están aquí y salen y ya no están sus hijos. Tú sabes que tienes una familia bien unida que te está esperando allá fuera: tus hijos, tus nietos… ellos no te van a dejar sola».
Yo digo que no nada más los pueblos indígenas y no indígenas; si no son culpables les pido a las autoridades chequen bien el expediente, que no esperen a mañana hasta que se muera su familia para dejarlos salir; no esperen hasta que se enfermen dentro de la cárcel para ver estos casos.
Yo, cuando llegué a la cárcel, supe que hay mucha gente injustamente encarcelada; decía una compañera, discúlpenme por la palabra, pero así me lo dijo: »Las cárceles se hicieron para los pendejos como nosotros que estamos aquí; no se hicieron para otras personas». Y sí, ahí sólo conocí a personas pobres, a ninguna rica.