AUTOR: Juan Manuel Asai
FUENTE: La Crónica de Hoy
FECHA: 24 de octubre de 2016
El corazón tiene razones que la razón no entiende, o algo así. Aplica a Felipe Flores, quien a pesar de ser uno de los criminales más buscados por la justicia mexicana regresó a la escena del crimen para visitar a su pareja sentimental. De lo que se desprenden dos posibles conclusiones: un hombre es capaz de ser, al mismo tiempo, un asesino despiadado, un monstruo, y tener una imperiosa necesidad de que lo apapachen; o en realidad las autoridades no lo estaban buscando tan afanosamente como se hubiera pensado, ya que, dicen los vecinos, Flores realizaba visita conyugal con regularidad.
No hay que perder de vista un dato: Flores no es el único implicado en la tragedia de los normalistas que en lugar de poner tierra de por medio se mantuvo en las inmediaciones. Policías y sicarios se escondieron en municipios vecinos. De seguro se sentían más seguros ahí que en otras entidades, acaso porque los siguieron protegiendo. Vaya usted a saber.
Lo cierto es que Felipe Flores, jefe de la policía municipal de Iguala la noche del secuestro y desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, fue capturado. Ya está en poder de las autoridades. Se abre, ahora sí, una posibilidad real de esclarecer el caso y cerrar el paso a la impunidad. Terminaron los pretextos. Suman más de 130 las personas detenidas en relación al caso Iguala. Pues bien, Flores es uno de los tres o cuatro más importantes. Su testimonio puede ayudar a amarrar los cabos sueltos para construir una versión coherente de lo sucedido. Ya pasó demasiado tiempo. Cerrar el caso será un momento de alivio para el atribulado gobierno de Peña Nieto. No puede desperdiciar la oportunidad.
¿Qué hizo? A decir de la versión oficial, Felipe Flores ordenó a los efectivos bajo su mando detener y capturar a los normalistas que habían irrumpido en la ciudad de Iguala, al parecer para realizar acciones de boteo, justo la tarde en que la señora María de los Ángeles Pineda presentaba su informe de labores como presidenta del DIF local. Después, al recibir la orden de sus jefes, Flores habría entregado los normalistas en manos de los sicarios de Guerreros Unidos, el grupo delictivo hegemónico en la zona, que los habría ejecutado y desaparecido los cadáveres para no dejar rastro. Como puede verse es una figura central. Es el lazo entre lo que ocurrió y las autoridades municipales e incluso estatales de aquel entonces. Mucha gente debe estar esta mañana mordiéndose las uñas.
Se repetirá. Lo más grave del caso de los normalistas de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala es que puede volver a ocurrir. ¿Por qué? Porque las factores que lo detonaron no han sido desmontados. Lo he dicho, pero es momento de insistir. El trasiego de amapola y mariguana continúa en esa región. El tráfico ilegal de metales ahí sigue. Hay demasiada gente armada con fusiles de alto poder. Se trata de una masa delincuencial acostumbrada a vivir al margen de la ley. Si las autoridades logran golpear a un grupo, pues los delincuentes se pasan a otro, le ponen un nombre distinto y santo remedio. ¿Qué se sabe de las actuales autoridades municipales y jefes policiacos de sitios como Iguala, Teloloapan, Cocula, incluso Taxco y otros más? ¿Ya no están en la nómina de los cárteles o conforman el cártel mismo como ocurría con la policía de Iguala en tiempos de Flores?
¿Alguien puede meter las manos al fuego por ellos? La verdad es que no, nadie puede.