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Autor:.Jaime Sánchez Susarrey
Fuente: El Financiero
Fecha: 30 de Agosto de 2016


El presidente Peña llega a su cuarto Informe de Gobierno con la popularidad más baja de los últimos sexenios: 30% de apoyo, abajo incluso de Ernesto Zedillo, que venía saliendo de la crisis de 1995.

No es casual que así sea. Enumero a continuación una serie de causas eficientes.

El dólar está por encima de los 18 pesos y, como ha reconocido el Banco de México, las presiones seguirán. La tasa de crecimiento ha sido tan mediocre como en los últimos 20 o 30 años. Standar&Poors y Moody’s han bajado a mala la expectativa de calificación de la deuda pública, que ya rebasó el 45 por ciento del PIB.

Las reformas estructurales, a contracorriente de la propaganda oficial, no se han traducido en mejores niveles de vida. Hubo reducciones en comunicaciones, pero los anuncios que bajarían las tarifas de electricidad han sido rebatidos por la propia CFE y la gasolina también sigue aumentando. AMLO aprovechó esa flagrante contradicción y la denunció como una mentira.

La «reforma fiscal» golpeó, como siempre, a los causantes cautivos, pero particularmente a las clases medias, las pequeñas y microempresas -por la desaparición del régimen de pequeños contribuyentes-, y las clases populares con el famoso impuesto a los productos que causan obesidad.

La CNTE anda desbocada y la reforma educativa está en vilo. El gobierno se ha puesto a sí mismo en el peor de los ridículos: un día amaga con el uso de la fuerza pública, al siguiente recula, implora negociación, después claudica y termina amenazando con cárcel a los empresarios que exigen la aplicación de la ley. Oaxaca, Chiapas y Guerrero son tierra de nadie o, más bien, de la CNTE.

La violencia ha tenido un repunte, ubicándose en los niveles de 2011. En julio hubo más de 2 mil asesinatos; nivel similar al del verano de 2011, momento álgido de la ofensiva del gobierno de Calderón contra el crimen organizado. La estrategia de seguridad es un fracaso. Fue un gravísimo error haber minimizado el problema y, peor, tratarlo como un asunto de percepción.

Ayotzinapa fue mal manejado por la tardanza para hacerse cargo y por no haber removido al entonces procurador, Murillo Karam, pese a que había testimonios y evidencias que confirman que estaba enterado de crímenes que, previamente, habían cometido los Abarca en Iguala.

Los escándalos de corrupción que involucran, a ojos vistas, a gobernadores priistas no han derivado en sanciones ni procesos. El PRI anunció un deslinde, pero luego se ha sabido que van contra funcionarios menores o de segunda. A lo que hay que sumar la respuesta al conflicto de interés que representó la Casa Blanca. Primero, la designación de Virgilio Andrade, como responsable de la auditoría de la función pública, fue un craso error. Segundo, el perdón ofrecido fue tardío y no surtió efecto alguno.

Los errores se extienden a la política internacional. No se entendió la prioridad de la relación con EU y se apostó a una alianza estratégica con China. Más allá de la crisis de la economía de ese país, que estalló posteriormente, el contrasentido era evidente: formamos parte de un bloque vital para la seguridad de EU, que lo último que desea ver en su frontera sur es una cabeza de playa de la potencia oriental.

Ante las elecciones en EU, la reacción ha sido igualmente errática: silencio inicial; comparación del discurso de Trump con Mussolini y Hitler; vuelta a la neutralidad: nos da lo mismo negociar con Clinton que con Trump. Y todo eso en el momento en que republicanos de primer nivel denuncian a Trump como un peligro para EU.

Las declaraciones recientes del presidente Peña, sin embargo, expresan que todo lo anterior es un asunto de percepción o mal humor. No es el caso. Repite el error de inicio de sexenio cuando la violencia fue reducida a un problema de percepción.

La cuestión de fondo, sin embargo, no está en el contexto de este cuarto año de gobierno, sino en que el deterioro no se detiene y estamos entrando a la recta final. Para efectos prácticos, a esta administración le resta un año y cuatro meses. Porque la sucesión presidencial ya está en marcha. Y es un hecho que los errores y dificultades de este gobierno siguen siendo los mejores impulsores de la candidatura de AMLO.