Autor: Jorge Ricardo
Fuente: Reforma
Fecha: 27 de Agosto de 2016
La noche es fría, sobre el escenario un grupo de ska entona Bella Ciao, el himno comunista contra el fascismo, coreado por el público en las sombras, y detrás del escenario la señora Nicanora García González, madre de uno de los 43 jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa, tiembla de frío, mete las manos en su chaleco café y dice que no le gustó que el concierto por los 23 meses del secuestro de sus hijos se haya hecho en el estacionamiento del Estadio Azteca.
– ¿No?
– ¡No! El gobierno nos hubiera prestado el Estadio, para hacer el concierto adentro, si el gobierno nos puede desaparecer a nuestros hijos, también pueden hacer eso.
A unos no les habrá importado. Otros, como el líder del Frente Popular Francisco Villa, Eduardo Navarro, dijeron que jamás aceptarían que el concierto de resistencia y lucha llamado «Voces por los 43» se haya hecho en el Azteca, símbolo de Televisa.
«Si le preguntas al movimiento, ni madres que hubiera aceptado… pues no, pero lo negociaron los padres».
Doña Nicanora ni se fijaba en eso. Sino en que van 23 meses, y de su hijo Saúl Bruno García, secuestrado a los 18 años, no sabe nada. Suena la Tremenda Corte en el escenario de ska, doña Nicanora imagina que ni en todo el Estadio Azteca cabe su dolor por la vida.
«Yo creo que ni en todos los estadios del mundo va a caber el dolor de uno», dice.
En vista de que el estacionamiento es para las 110 mil personas que caben en el Azteca, lució muy grande para el concierto de cooperación voluntaria. Quizás unas mil personas, sobre todo jóvenes atentos al baile y la música de Panteón Rococó, La Tremenda Corte, La Kasquivana o Guillermo Briseño, y adultos a quienes las trompetas les perforaban los oídos.
El propio abogado de los padres de los 43, Vidulfo Rosales, decía que no le gustaba el ska.
«No mucho, pero es una música que puede contar muy bien la problemática que hay en el país», dijo.
Sobre los postes sin farolas del estacionamiento las botellas gigantes de Coca-Cola fueron tapados con plásticos negros. Las vallas fueron cubiertas con las fotografías de los 43 jóvenes que la policía entregó al crimen. Una de las bandas de música proyectó un video de Joaquín López Dóriga dando por cerrado el caso de los desaparecidos y fue abucheado, pero Rosales no quiso discutir la pertinencia del lugar para el concierto.
El gobierno de la Ciudad les dio el apoyo y ellos aceptaron. Cambiaron la marcha por un concierto, porque es necesario que jóvenes conozcan la lucha y porque la protesta se puede dar por muchos medios, dijo.
Lo ponía así un cantante de La Kaskivana: «La verdad es que no todos vinieron por la protesta. A lo mejor vinieron por el desmadre, pero a lo mejor el día de mañana vamos a tener líderes incansables», afirmó «Rojo» enfundado en una máscara negra.
Así que era natural que a la entrada les dieran un boleto de ticket master en cero pesos más una papeleta informando sobre Ayotzinapa y pidiendo la salida del titular de la Agencia de Investigación Criminal, Tomás Zerón, acusado de alterar la investigación.
«¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!» y «¡Ayotzinaaaaaapa vive!», coreaban los jóvenes, de la UNAM, de la Normal Rural de Tenería, Estado de México, que llegaron en camión a Observatorio y en Metro al Azteca, pero el señor Emiliano Navarrete, padre de José Ángel Navarrete, a quien le gustaba hablar de futbol y de Messi, miraba por primera vez en vivo el estadio de las Águilas del América.
– A mi hijo le gusta el futbol- decía.
– ¿Y a quien le iba?
– Le va al Cruz Azul, fíjate, al Cruz Azul que no ha ganado nada.
Y se reía don Emiliano, se reía, hasta que su risa se detenía en seco, como ante un recuerdo repentino.