En ese ataque fueron asesinados el jugador de 15 años David Josué García Evangelista, conocido como el Zurdito;el chofer del autobús, Víctor Manuel Lugo Ortiz, y Blanca Montiel Sánchez, quien viajaba a bordo de un taxi. El atentado formó parte de una operación de mayor alcance, cuyo epicentro fue la ciudad de Iguala, donde fueron perseguidos y cazados los estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa. En aquel episodio, donde asesinaron a tres estudiantes y desaparecieron a 43, cuyo destino es incierto.
–Ya transcurrieron dos años y nada ha pasado –dice Roberta Evangelista–. De los normalistas desaparecidos no se sabe nada. Me pongo en el lugar de los familiares y no me imagino el infierno que deben estar viviendo. Yo al menos enterré a mi niño. Ellos y nosotros (los padres de los estudiantes y los de Los Avispones) somos víctimas de los mismos hechos, aunque nunca hemos tenido acercamientos.
Roberta luce cansada, como si dos años de exigencias a las autoridades le hubieran robado la fuerza y esperanza de justicia.
“No hay vuelta de hoja –dice ahora tras un suspiro demasiado largo–, la justicia no existe. Nos sentimos burlados y agotados porque las investigaciones no avanzan, no hay claridad de qué fue lo que ocurrió ni quiénes fueron los responsables. Creo que a eso le apostaron las autoridades, como si dijeran: vamos a cansarlos poco a poco para que el día de mañana ya no digan nada.”
Los padres de los Avispones han mirado con estupor e indignación las versiones contradictorias sobre los acontecimientos, la falta de atención a las recomendaciones que ha señalado el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes sobre los descuidos y pistas que no se han considerado.
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