Del taxi al Lamborghini
Por José Manuel Velasco
Luis Ángel Francisco Arzola tiene 20 años. Es hijo de Benigna Arzola y de Lorenzo Francisco, habitantes de la localidad de San Cristóbal de Tlacoachistlahuaca, ubicada en la región de la Costa Chica en el estado de Guerrero. Tiene dos hermanos: Jhannet y Víctor, de 22 y 12 años. En su casa y en su pueblo lo conocen como Lenchito; en la Normal, los compas lo ubican como “el Cochilandia”, apodo que se ganó el día que le tocó limpiar las porquerizas de Ayotzinapa. Cuando preguntas por él te dirán que es un muchacho serio, prudente y respetuoso, alguien que habla solamente para lo indispensable.
Desde niño, cada año, viaja en compañía de su familia a visitar a la virgen de Juquila en el estado de Oaxaca. Le gustan las pastillas Halls, los autos deportivos, las picaditas de carne, el pozole que sirven en Santa María Asunción, los corridos de la Costa Chica, la música de Los Ángeles Azules, La Furia Oaxaqueña y Los Donny’s de Guerrero. Ha visto todas las películas de la serie de acción “Rápido y Furioso”, le va al América y —cuando juega futbol— prefiere ponerse de portero.
Calza del número 5, es bajo de estatura, de complexión robusta y ojos pequeños. Sobre la frente tiene una cicatriz que —según su tía Delfina— se hizo de pequeño cuando iba a la tienda por una Coca Cola. Antes de ingresar a la Normal, Lenchito estudió mecánica durante un año en Chilpancingo. En 2013 abrió su página de Facebook y eligió como foto de perfil la imagen de un elegante Camaro ZL1 color gris, el legendario deportivo de la Chevrolet que es sinónimo de fuerza, velocidad y resistencia.
Desde los 14 años —durante las vacaciones y los fines de semana— trabajó con su papá en el sitio de taxis Rey Hernández García. Conducía una Nissan Blanca modelo 2009: la ruta número 20 que va desde la ciudad de Ometepec hasta San Cristóbal. Miguel Navarrete, colega del sitio, lo recuerda como a un conductor extraordinario; lleva fresco en la memoria el día en que Lenchito —mientras tomaban café en un Oxxo— le dijo que deseaba abandonar su pueblo para irse a estudiar a la Normal de Ayotzinapa.
En el pueblo lo siguen esperando.
Texto perteneciente a la campaña Marchando con letras
Ilustración de Antonio González.
Tomada del portal #IlustradoresConAyotzinapa