De soldado a estudiante
Por Marlen Castro
Como muchos, Julio César López Patolzin quería tener una profesión para ayudarle a su familia. También, como muchos, jóvenes de Guerrero, Julio tenía pocas opciones.
Intentó una y otra vez formar parte de la normal de Ayotzinapa. Una y tres veces fue rechazado, no por falta de aptitudes sino por falta de espacio y de oportunidades. Entre cada intento aprendió diferentes oficios: fue ayudante de un herrero, chofer de un camión de volteo, campesino de tiempo completo y sí, también fue parte del Ejército Mexicano durante dos años. Realizó labores de rescate en 2013, cuando los huracanes Manuel e Ingrid arrasaron con su pueblo natal, Tixtla. Pero su vocación no estaba en la milicia y desertó unos meses antes de ingresar a la normal.
A Julio, El Tribi, como le decía su familia por lo flaquito que era de niño, le gustaba el futbol y el básquetbol, la música de banda, tocar la corneta y ayudar a su padre, Rafael, en la siembra de sus tierras en los alrededores de la normal.
Pocas horas antes de su desaparición, aquel 26 de septiembre, sus hermanos Dulce María y Gustavo intercambiaron mensajes con el estudiante. “Bien carnal”, fueron esas últimas palabras que hoy su familia lee una y otra vez, buscando invocarlo, pidiendo desde lejos que regrese, que se lo devuelvan.
Hoy siguen gritando, no se cansan de hacerlo: vivo se lo llevaron y vivo lo queremos.
Texto perteneciente a la campaña Marchando con letras
Ilustración de Fernanda Galván Pheerg.
Tomada del portal #IlustradoresConAyotzinapa