*La disculpa pública de la PGR a estas tres indígenas hñáhñú es relevante porque se trata del primer evento de esta naturaleza en acatamiento a una sentencia emitida por tribunales nacionales, y porque el diseño del acto ha puesto en el centro su dignidad como víctimas.
Ciudad de México, 20 de febrero de 2017. El próximo 21 de febrero de 2016, en el Museo de Antropología, ocurrirá un evento inédito: Jacinta Francisco, Teresa González y Alberta Alcántara -mujeres indígenas hñáhñú (otomíes) de Querétaro- recibirán las disculpas de la Procuraduría General de la República, la misma institución que hace más de una década las acusó de un delito que no cometieron. Las tres mujeres indígenas, cabe recordar, fueron responsabilizadas sin pruebas de haber secuestrado a 6 policías de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI), en un proceso repleto de irregularidades. Y aunque recuperaron su libertad hace siete años, no dejaron de luchar desde entonces por el reconocimiento de su inocencia; este martes, finalmente, cosecharán el fruto de su persistente lucha.
La realización del acto de reconocimiento de inocencia y disculpa pública adquiere especial relevancia no solamente porque se trata del primer evento de esta naturaleza en acatamiento a una sentencia emitida por tribunales nacionales -actos pasados han sido ordenados por organismos internacionales como la Corte Interamericana de Derechos Humanos, CorIDH- sino porque el mismo diseño del acto ha puesto en el centro su dignidad como víctimas.
El acto de reconocimiento es un triunfo de las tres mujeres indígenas, que no sólo recuperaron su libertad tras ser injustamente acusadas, sino que también siguieron exigiendo que el Estado reconociera su inocencia. Lo demandaron no a una persona o funcionario en lo individual, sino a la institución que les agravió.
La experiencia internacional y nacional enseña que cuando los actos de asunción de responsabilidad estatal comprenden tanto la disculpa pública como el reconocimiento de la inocencia, pueden tener un enorme poder de reparación frente a quienes sufrieron una injusticia. En estos actos, la identidad de las personas agraviadas es reivindicada formalmente en el espacio público: se dignifica a las víctimas, se acepta la responsabilidad por acción u omisión de quien debió protegerlas y se les piden disculpas.
Para el caso específico de Jacinta, Alberta y Teresa es necesario tener en cuenta que las mujeres indígenas enfrentan vulnerabilidades adicionales frente a las violaciones a derechos humanos. Las barreras que les impiden acceder a la justicia son múltiples, comenzando por la lingüística, lo que hace que muy pocas veces se llegue a la sanción, reparación del daño y mucho menos al reconocimiento de su inocencia.
A esto agregamos que los impactos asociados al encarcelamiento injusto -como la interrupción de su proyecto de vida y la estigmatización al ser señaladas como criminales- son todavía más graves dada la profunda importancia de los lazos comunitarios para los pueblos originarios. Así, la estigmatización producto de las falsas acusaciones genera una afectación diferenciada al ser tan fundamental la pertenencia de las personas a su pueblo. Igualmente, en estas situaciones también se generan afectaciones particulares asociadas a la discriminación por razón de género, presente siempre en el largo caminar de las mujeres por las instancias de justicia mexicanas. En México, la cárcel lastima diferente si se es mujer.
Por eso, en casos como el de Jacinta, Alberta y Teresa reviste una importancia aún mayor el que la reparación del daño no solamente comprenda la indemnización pecuniaria o el procesamiento de los responsables, siendo fundamental que incluya medidas de justicia restaurativa donde la voz de las víctimas sea escuchada.
Si se lleva a cabo dignamente y si posibilita la participación de las mujeres, este acto de disculpas y reconocimiento de inocencia podrá contribuir a reparar el daño moral, por mucho el más importante causado a estas mujeres. Esa es su expectativa: una esperanza noble a cuya altura debe ajustarse la actuación ese día de la Procuraduría.
A más de diez años de su encarcelamiento injusto, las tres hñähñú no han cejado en su empeño de que se reconozca pública y formalmente la injusticia cometida en su contra. Ha sido este empeño el que ha llevado a que el acto de este martes pueda ser reparador, al estar diseñado en acuerdo con ellas, asegurando que sean el centro del evento y que las intervenciones de los funcionarios de primer nivel participantes giren en torno a esta premisa. En un país donde las víctimas y los agravios son sin duda innumerables, será también un reto que las y los asistentes se sientan invitados a hacer una pausa en sus propias exigencias, para contribuir a que se afiance la centralidad de las tres queretanas y para generar el entorno de solemnidad en que las disculpas pueden significar algo más que palabras.
En este sentido, los mensajes en el acto sobre la trascendencia social del evento serán fundamentales. Las tres mujeres han llevado adelante esta lucha no solamente por su propia dignidad, sino buscando sentar un precedente para otras víctimas. La experiencia en América Latina muestra también que los actos de reconocimiento de responsabilidad constituyen ocasiones únicas y de enorme valor simbólico para difundir en la sociedad mensajes de rechazo a la arbitrariedad y el abuso; mensajes que afiancen la cultura de respeto a los derechos humanos, hoy tan vilipendiada.
Jacinta, Teresa y Alberta han demostrado que es posible revertir las injusticias y lograr, desde su humilde y digno lugar, que el Estado por fin reconozca el daño causado. La fecha y el lugar del acto están señalados; resta observar -y anhelar- si el martes acontece algo parecido a la justicia.