Que la lucha sea una

*Los pueblos de la Montaña tienen claro que la reforma educativa es una amenaza para las familias pobres que luchan a brazo partido para que haya maestros y maestras que hablen su lengua y que estén dispuestos a compartir su vida con ellos.

Padres y madres Ayotzinapa
Padres y madres Ayotzinapa

Tlapa de Comonfort, Guerrero, 04 de julio del 2016. La Montaña está inquieta. Está atenta a lo que sucede en el país. Más allá de que la comunicación es pésima, las noticias llegan de boca en boca. En Tu un savi o Me Phaa la gente comenta en sus asambleas la manera como el gobierno está tratando a los papás y mamás de los 43 estudiantes desaparecidos. Como pueblos olvidados, la experiencia les ha dicho que los políticos son personajes truculentos; que no hablan con la verdad y que viven empeñados en saquear los recursos del erario público. Son déspotas y les encanta la adulación. Maltratan a la gente por el simple hecho de pertenecer a una comunidad indígena. A las organizaciones sociales que luchan por sus derechos y que tienen el valor de denunciar sus abusos, los aborrecen e ignoran.

Ya no hay manera de que las autoridades en turno aparezcan en una plaza pública para dialogar abiertamente con la población. Temen una rechifla o muchos reclamos y agresiones verbales y físicas. No es para menos; la pobreza y el sufrimiento de las familias de la Montaña y la Sierra no son parte de un castigo divino, son responsabilidad directa de quienes nos han gobernado; de sus reformas privatizadoras y de sus políticas que han promovido la discriminación y la desigualdad.

El castigo secular que el régimen racista ha impuesto a los pueblos indígenas es negarles educación básica; hay muchos obstáculos para que los niños y niñas terminen la educación primaria. No hay suficientes maestros y las escuelas son cobertizos de cartón. Para llegar a una primaria completa los niños y niñas tienen que caminar más de una hora y cruzar ríos, porque los puentes colgantes ya nunca se repararon después de las tormentas. A las autoridades educativas no les preocupa que las mujeres indígenas se ubiquen en la escala social más baja. La inequidad de género es más agresiva, porque los mismos padres les impiden que estudien. Las madres jóvenes están condenadas a morir por ser pobres y por ser mujeres indígenas.

El malestar de los pueblos de la Montaña los está obligando a organizarse, a recuperar sus instituciones y a revalorar su cultura, su lengua y su territorio. Han entendido que los extraños que han llegado los han engañado y sometido. Son los de fuera quienes se han encargado de tomar las decisiones que incumben al pueblo. Los obligaron a nombrar a sus autoridades a través de los partidos políticos; les impusieron un modelo de desarrollo basado en la extracción de sus bienes naturales; les vendieron la idea que la aplicación de los agroquímicos son la panacea para mejorar sus cultivos. Las caravanas de la salud son el placebo para los pueblos que requieren con urgencia alimentos y atención médica para revertir la desnutrición infantil y la mortalidad materna. Los atracadores de la salud se han llevado a sus bolsillos los millones de pesos destinados a infraestructura médica, que por derecho les corresponde a los pueblos indígenas. Solo 30 camas maltrechas, del único hospital de segundo nivel que se ubica en Tlapa, están disponibles para mal atender a una población que rebasa los 400 mil habitantes en la región.

La deuda con los pueblos es inconmensurable. No hay manera de revertir esta injusticia añeja. Lo más cruento es que el gobierno federal continúa a todo galope con esta depredación. Se han casado con los postulados de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y a pie juntillas se empeñan en seguir colonizando los territorios ancestrales. El modelo privatizador representa los nuevos espejitos de los neocolonizadores que ofrecen el paraíso a los pobres a cambio de extraer sus bienes y sus mismos saberes milenarios.

Los pueblos de la Montaña ya no fincan su esperanza en los partidos políticos ni en quienes gobiernan. La tragedia de los padres y madres de los 43 ha despertado más el sentido de hermandad. Se han reencontrado como personas que han sido víctimas de un gobierno que los desprecia y desecha. Padecen los estragos de la militarización y siguen siendo rehenes de las corporaciones policiales del estado, que imponen su ley para atracar en despoblado, detener sin orden de aprehensión, extorsionar cuando existen estas órdenes y torturar para investigar. Los padres y madres de la Montaña, tienen también a hijos que fueron desaparecidos y ejecutados. Cargan con el dolor de no saber de su paradero y de nunca encontrar justicia. También son padres y madres de maestros y maestras, de hijos e hijas que lograron estudiar la primaria y que con mucho sufrimiento pudieron estudiar la secundaria en Tlapa, trabajando arduamente con familias mestizas.

Estos maestros y maestras forjaron desde niños su espíritu combativo para enfrentar el flagelo de la pobreza. Han trabajado en lo más recóndito de la Montaña, pasando hambre y un sinnúmero de carencias, con el fin de compartir con los niños las primeras letras. En todo momento se ven obligados a resolver las necesidades más urgentes que tiene la escuela. Arman con palos y con el apoyo de los papás y mamás, su salón de clase. Adaptan tablas y morillos para que se sienten sus hijos; compran algunas láminas de cartón para tener donde guarecerse. Sobre la tierra, con los pies descalzos y con el estómago vacío, los niños y niñas de la Montaña realizan la hazaña de aprender a leer y escribir. En esta difícil aventura los padres y madres de familia saben que los maestros y maestras están a su lado, preocupados por la educación de sus hijos.

Hoy que el gobierno de Peña Nieto ha encarcelado a los líderes magisteriales de Oaxaca y que ha arremetido con toda su furia contra las familias indígenas de Nochixtlán, los pueblos de la Montaña tienen claro que la reforma educativa que quieren imponer con policías y con balas, es una amenaza para las familias pobres que luchan a brazo partido para que haya maestros y maestras que hablen su lengua y que estén dispuestos a compartir su vida con ellos.

El olvido secular ha despertado entre los pueblos de la Montaña el interés de juntar las voces y de unir sus luchas. De saberse hijos e hijas de una misma estirpe, de reconocerse como pueblos originarios que poseen un patrimonio histórico y que portan una identidad que los enorgullece. Pueblos que sienten no solo la amenaza de la reforma educativa contra los maestros y maestras que son sus hijos y contra los estudiantes de las normales que también son sus hijos, sino contra su mismo patrimonio que es la raíz de su existencia. Por eso las batallas que vienen tienen que afrontarse como lo han hecho históricamente, como pueblo organizado. De ahí la necesidad imperiosa de empujar juntos para que la lucha sea una, entre pueblo y magisterio, al ejemplo de Oaxaca y Chiapas.

*Artículo de Tlachinollan. Versión resumida, para ver la versión original da click aquí