Información Sididh, La edición de hoy, Uncategorized — octubre 23, 2014 at 9:00 am

Mi vida en la cárcel: Ángel Amílcar, migrante afrodescendiente liberado

*Por Ángel Amílcar Colón Quevedo

 Foto: Centro Prodh
Foto: Centro Prodh

México, DF, 22 de octubre. La prisión destruye a la gente. Las personas, culpables o no, son totalmente sometidas no sólo física sino también psicológicamente por un sistema opresor que se manifiesta a través de las autoridades de los centros penitenciarios. No me queda duda de ello luego de 5 años, 7 meses y 6 días recluido en el Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso) no. 4 ubicado en Tepic, Nayarit, donde yo permanecí en prisión preventiva por delitos que no cometí.

Yo decidí migrar de Honduras con rumbo hacia Estados Unidos en búsqueda de mejores oportunidades para sostener a mi familia. Sin embargo, mi sueño fue coartado por intervención de policías que me detuvieron en Tijuana el 9 de marzo del 2009 y me torturaron física y mentalmente, tal como consta en el Protocolo de Estambul que me fue practicado por especialistas hondureñas. Más adelante, tras 77 días de arraigo, el 28 de mayo de ese año llegué al Cefereso 4.

Ya interno en esa prisión observé cómo los nuevos reclusos llegan con huellas de la tortura que sufrieron tras la detención. Además de llegar muy nerviosos, llegan con moretes, fracturas, contusiones, problemas de presión y del corazón.  Sin duda al ingresar, así me vieron los que en mayo de 2009 ya eran internos en esa prisión.

Cuando miré el Cefereso por primera vez, pensé que ya no tendría una vida como la había tenido y que nunca saldría. El lugar es imponente. Transmite a través de su arquitectura el nivel de dureza y hostilidad del internamiento carcelario. De hecho, de acuerdo con Alex Neve, Secretario General de Amnistía Internacional-Canadá, quien me visitó en septiembre de este año, el Cefereso 4 establece más revisiones de seguridad que la cárcel de Guantánamo.

El trato recibido ahí dentro es denigrante. Los custodios nos insultan, nos pegan, nos echan los perros. La comida es de mala calidad, tan mala que constantemente la gente se enferma de diarrea. Y no recibimos atención médica, sino hasta que estamos tirados en el piso. Nos sancionan por no comer y por guardar comida para ingerirla más tarde; de manera que incluso llevar un poco de pan a la celda para comerlo más tarde, en caso de hambre, es motivo para ser sancionado. A mí, por ser hondureño, no me permitían hacer llamadas telefónicas a Honduras, ni siquiera cuando murieron cinco de mis familiares, incluyendo mi hijo, uno de mis hermanos y mi madre (sólo me dieron llamadas cuando el Centro Prodh y Amnistía Internacional iniciaron la campaña). Pero una de las cosas más difíciles de soportar en esa prisión fue la humillación. Hay que humillarse para sobrevivir.

Es un hecho que el Cefereso, y seguramente otras prisiones, no cumplen su función de “readaptar” o “rehabilitar”; por el contrario, el sistema penitenciario afecta más de lo que beneficia a los internos. Las personas salen peor de como ingresaron.

La experiencia de cárcel me hizo recordar el amor, el perdón, el trabajo, la unidad, el compartir, el escuchar a los demás y pensar en las otras personas, principios  aprendidos con mi mamá, en la escuela, con la Iglesia Católica, en el internado (cuando era pre-seminarista). En medio del dolor, dichos principios y valores fueron la base para reflexionar el futuro y no estancarme en lo que ya había pasado. Ahora, tras más de cinco años en la cárcel, valoro mucho más a mi familia, a mis parientes, amigos, a la comunidad y a mí mismo. Ellos han sido y seguirán siendo mis principales objetivos en las misiones que emprenderé.

Mientras tanto, el sistema penitenciario mexicano debería ser profundamente modificado. Las autoridades deben garantizar a los internos el derecho a la familia, facilitando las visitas y la comunicación con familiares y amigos y haciendo modificaciones en los requisitos establecidos en los reglamentos y manuales, que están diseñados para obstaculizar el vínculo familiar y, conjuntamente, la capacidad para reunir las pruebas de descargo. El personal de salud debe cumplir su responsabilidad y, además, hacerlo con humanidad. En resumen, las autoridades deben eliminar las prácticas denigrantes hacia los internos.

*Migrante afrodescendiente liberado por el Centro Prodh el pasado 15 de octubre de 2014. | Este texto fue publicado inicialmente en el blog La lucha cotidiana de los DH en Animal Político