*Crónica
Por Aracely Olivos y Andrés Díaz/Centro Prodh
México, DF.- Una misión de observación que empezó un miércoles 2 de octubre continuó un jueves 17 de octubre. Habíamos acudido a la misión de observación por la marcha histórica conmemorando a los mártires de Tlatelolco y el Gobierno del Distrito Federal (GDF) tenía ante sí una nueva oportunidad de respetar el derecho a la libre manifestación de ideas y de demandas sociales, de conmemorar también los avances históricos logrados en el 68 y en décadas posteriores. Una vez más, no fue así.
Bajo el esquema de protección de la ciudadanía contra el nuevo enemigo común: el “anarquismo” (algo así como un terrorismo huitzilopochtlicano), los soldados civiles llamados granaderos impusieron su maquinaria corporal y armería para cortar los avances de todo: de la marcha, de las libertades, de una manifestación, de una labor de observación. Nos agredieron como defensores de derechos humanos y visores de las violaciones en contra de éstos y sentimos ahora en carne propia la indignación que compartimos con quienes son reprimidos. La indignación fue mayor a sus golpes y la solidaridad recibida fue más contundente que sus arbitrariedades.
En la calle de Reforma y Lafragua los granaderos mostraron su temor agresivo y quince días después mostramos nuestra decisión sin miedo. Con un enorme “¡Ya basta!” mostramos que la profundidad de las marchas, de las manifestaciones, no depende del número de personas, sino del tamaño de la libertad que defendemos, que finalmente, intenta ser para todas y todos quienes son reprimidos por el autoritarismo policromático de los gobiernos.
Más de un centenar de organizaciones nacionales e internacionales y más de 83 académicos se habían pronunciado días antes en contra de la represión del Estado. En la represión no existen niveles, no hay grados. Es sólo ese miedo disfrazado de patologías de poder por los gobernantes, por quienes tienen un tolete y un casco, por quienes no se atreven a preguntar qué pasa de fondo y critican desde sus cinco sonidos de claxon.
El jueves 17 de octubre continuamos nuestro andar hacia el Ángel de la Independencia, donde habríamos de terminar nuestra misión de observación aquel 2 de octubre. Ahora lo hicimos más acompañados, de observadores y observadoras de derechos humanos; de periodistas reprimidos y que también documentan; de una sociedad que vigila a través del ojo cibernético que conllevan las nuevas tecnologías cuando sus usos pueden ser expropiados de los magnates que las controlan.
Marchamos en silencio. Nuestra indignación y coraje era más grande que las palabras que ellos podrían entender. Demostramos con imágenes y textos que no queríamos más granaderos en las calles vigilando las manifestaciones. Pero en ésta no fue la excepción. En una ciudad donde se cometen alrededor de 150 delitos de alto impacto por día decidieron enviar a 50 granaderos para 100 personas que gritábamos con nuestros pasos, letras, imágenes y colores.
Al llegar al Ángel de la independencia ya se apostaban los elementos de la Secretaría de Seguridad Pública del DF (SSPDF), con sus cascos y toletes. Tan asustados se encuentran que tuvieron que crear un Protocolo de Control de Multitudes y tan asustados estaban que supusieron que llegaríamos a ese monumento, cuyo significado parecen no respetar. La Independencia se custodia con granaderos que custodian la incapacidad de vivir con la exigencia de libertad.
“¡Repliéguense! ¡Repliéguense!” dijeron los altos mandos a sus elementos cuando se dieron cuenta que no nos frenaríamos y pasaríamos entre ellos. No aceptaron los papeles que contenían nuestros cuestionamientos: si ni siquiera para realizar bien su parte informativo los tomaron, ¿podríamos esperar que los recibieran porque el mensaje era para ellos o al menos por curiosidad?
Las palabras sonaron. De hecho, ¡qué bueno que estuvieron presentes los granaderos! El mensaje fue para ellos, ellos nos escucharon sin atendernos. Con digno coraje en la voz del director del Centro Prodh, José Rosario Marroquín, exigimos allí, en el Ángel de la “Independencia”, un alto a la criminalización de la protesta social, la derogación del obsoleto Protocolo para controlarnos, para contener lo que ellos (los de arriba) han generado con violencia sistemática, histórica; exigimos también la disolución del cuerpo de granaderos y hoy reiteramos: las calles no son de los automóviles, no son mucho menos de los policías, son de las libertades, de las personas, de todas y todos.
Se demostró que la disolución del cuerpo de granaderos no es una petición obsoleta. Que recordar el 68 inmortaliza el presente. No queremos más policías marchando, deseamos escuchar las demandas desde el hartazgo y la subversión creativa. A las defensoras y defensores de derechos humanos les correspondió marchar esta vez. ¿Quién sigue?