El nuestro es un país contradictorio, en él habitan varios tipos de México. Los municipios más pobres de la república son equiparables a los países más pobres del mundo. En estos lugares los índices de esperanza de vida al nacer rondan por los 48 años como en Somalia o en el Chad; sin embargo también los deciles más opulentos poseen paisajes del primer mundo: edificios automatizados y autos súperlujosos.
Sucede algo parecido con la violencia: mientras unos viven una vida insufrible, otros sienten real aquel slongan publicitario “México el mejor lugar para vivir”; la poca información que manejamos los ciudadanos habla de más de 100 mil homicidios en los últimos cinco años y la competencia entre los estados de la república radica en este sentido en no ocupar los primeros lugares en homicidios. En algunas partes de México los indicadores de violencia son similares a los países en guerra. En agosto el periódico Le Monde de Francia, afirmó que México vive “por mucho el conflicto más mortífero de los últimos años en el planeta”.
La dualidad entre felicidad y violencia. Vivimos entre “un mundo maravilloso” y un mundo “salvaje”; entre una cultura rica y reconocida y una sociedad con miedo. Se trata, en el fondo, de una batalla entre la cultura y la guerra; si la guerra gana nos dejará inválidos por el miedo, sin posibilidad de salir a las calles y recrear la vida. Por esto, es imprescindible que la cultura de la vida triunfe sobre la inmundicia de los violentos. Así que a un año de la muerte del periodista Miguel Angel Granados Chapa sus palabras siguen sonando tan sabias para el momento que vivimos “Es deseable que el espíritu impulse a la música y otras artes y ciencias y otras formas de hacer que renazca la vida, permitan a nuestro país escapar de la pudrición que no es destino inexorable. Sé que es un deseo pueril, ingenuo, pero en él creo, pues he visto que esa mutación se concrete”.