Agotadas las promesas…

Por Javier Hernández, retomado en Kaos en la Red

11 mayo iberoSi ya no creemos en las promesas del poder, entonces por qué buscar esperanzas en otros traficantes de promesas.

Bastaría una sola voz para que tuviera validez la protesta. Una voz que dijera: «el rey va desnudo». Si es verdad, entonces el que lo digan uno, diez o cien no lo hace más ni menos verdadero. Pero los reyes deben contar entre los más enfermos de paranoia. Es un mundo entero el que les pueden robar, una corona que cualquiera querría, una parafernalia de miles, millones de espots… ejem, quiero decir, detalles que cuidar. Toda esa industria de la imagen es una invitación a la Ley de Murphie: Si algo puede fallar, fallará.

Además de la voz que grita que «el poder está desnudo», es importante que los demás se fíen de sus sentidos, no de la parafernalia ni de la propaganda. Siempre ha sido atributo del poder el manejo de imagen, los actos solemnes, las grandilocuencias, los pajes y las genuflexiones, los «negros de casa» a lo Aguilar Camín… pero, afortunadamente, una voz que grita la desnudez del poder no ha de faltar.

Por ello la repuesta del equipo de campaña de Peña Nieto ha sido la única que puede dar: Repetir mil veces que la protesta fue mentira, que fue «orquestada», que a Chuchita la bolsearon… Y la paranoia: ¿cuál es la malvada mano detrás del zapatazo?

Ojalá que los espectadores dejemos de serlo, que no solamente miremos, entre el horror y el asco, que el poder en México hoy está desnudo –como dijera en la FILU la doctora Rina Roux, es el «nudo poder»–, sino que veamos que el poder no puede estar desnudo para siempre, necesita las miradas crédulas, supersticiosas, que lo vistan de oropeles, que le regalen votos, suspiros, comentarios y aplausos a cambio de promesas o migajas.

La reflexión gramsciana que trajeron a colación los autores del libro colectivo editado por la UAM Xochimilco «Violencia y crisis del Estado, Estudios sobre México», es que el poder es una especie de ready made con una parte de violencia (la espada) y otra parte de acuerdos (o promesas, como diría Simone Weil).

Quien obedece lo hace por temor a la violencia represiva, acompañado de la esperanza en el cumplimiento las promesas del poderoso (orden, seguridad, «paz» social). Cuál componente predomine hace las muchas variantes de los poderes en el mundo histórico. A veces no es necesaria la promesa, basta un gesto que lo parezca y las ganas de creer del súbdito, pero cuando ya nadie cree en sus gestos, sus promesas ni sus palabras (recordemos la estima en que se tenía la «palabra de rey») quiere decir que ese elemento del poder, el capaz de generar esperanzas, expectativas, se ha agotado.

Acabado el consenso, la obediencia de grado, acabada la legitimidad como le llaman los teólogos del poder, se ve que siempre, por debajo de los ropajes de cordero, el poder ha sido un lobo. Entonces no le queda más que el temor, generar una especie de síndrome de Estocolmo masivo, para provocar un temor que se confunda con la esperanza, que se disfrace de «voto razonado» u «obediencia debida».

Es lo que pasa con el poder ahora en México: Peña Nieto es solamente uno de los más encumbrados cachorros de esa cuna de lobos, no el único, pero su caso ayuda a mirar en él lo que pasa con el poder en México.

Fiel a la perniciosa doctrina liberal desmanteló el sistema de atraer pleitesías mediante «favores», algunos incluso legislados como derechos y otros, despojados de buen nombre jurídico, mera corrupción. (Aunque no olvidemos que esos derechos fueron el resultado de la correlación de fuerzas al fin de la Revolución Mexicana.) Al quedarse sin esos recursos que apagaban rebeldías, se agudizó la capacidad de los subalternos para apreciar las patas del lobo bajo el manto del cordero.

En mi opinión falta ampliar esa visión desnudadora del poder, no remitirla solamente a Peña Nieto y la manada de lobos que representa (Grupo Atlacomulco, Salinas, Televisa) sino ver que otras manadas de lobos no son más «legítimas» porque tengan aún habilidad para disfrazarse de corderos. Y sobre todo, saber que los demás lo también lo saben, que es ya una opinión masiva que ningún espejito mágico bien pagado es capaz de cambiar.

Si ya no creemos en las promesas del poder, entonces por qué buscar esperanzas en otros traficantes de promesas. La más terrenal de las fuentes de esperanzas está entre quienes ya saben y comparten, y actúan en consecuencia, la clara imagen de que el rey va desnudo y ya sus promesas no valen ni el trozo de plástico en que están impresas.