El premio internacional de Periodismo Rey de España fue concedido en este año al reportaje titulado “La república marihuanera” de los reporteros Dalia Martínez Delgado y Humberto Padgett León, y el fotoperiodista Eduardo Loza. Está publicado en la revista Emeequis.
Tierra Caliente es la región donde suceden las anécdotas y es el escenario de un México herido. En este lugar “el calor que ahoga a cualquier extranjero, como aquí llaman a quien no haya nacido en esta franja de Michoacán, Guerrero y una muesca del Estado de México”. “Si se atiende a todos los criterios vigentes, la República Marihuanera está integrada por 24 municipios. De Guerrero se incluye a nueve más y un municipio adicional del Estado de México, con la misma inclinación a la siembra de marihuana que sus vecinos”. De manera extraordinaria, este espacio se convierte en símbolo, como Macondo o Comala; en Tierra Caliente se da la vida y la muerte, se vive con dignidad en medio de los secuestros, los robos y las matanzas.
Así como Dante Alighieri desciende a los infiernos acompañado de Virgilio, el autor de este reportaje se deja guiar por “Martín”, “uno de los 50 intermediarios autorizados por los Caballeros Templarios para comprar marihuana en la región”, con él visita los sembradíos de la marihuana, recorre algunas de las comunidades y se sorprende porque un kilo de calidad comercial aquí la compran a 300 pesos el kilo, mientras que en Houston alcanza un precio de 800 dólares.
Tierra Caliente es símbolo de las regiones en las que el narco gobierna. ¿Cuántas regiones en Chihuahua, Durango, Sinaloa, Tamaulipas, Guerrero… son analogía de los pueblos mágicos y delincuenciales? Así es como entendemos que un obispo diga que por sus rumbos todos saben donde vive El Chapo. Además, habría que incluir que hay otros muchos lugares, que no llegan a ser regiones, pero sí espacios, donde “la vida, cada vez más dura, y la muerte, cada vez más fácil, orbitan alrededor de la marihuana”.
Esta narrativa no es una exaltación a la droga, sino una rememoración de un pueblo que se aferra a la vida. Parece más un cuento que denuncia la simbiosis del narco con el Estado, pues asegura que todos los policías siembran y existe un protocolo a seguir con las autoridades donde prevalen algunas normas básicas y un régimen de precios. Cabe, entonces, recordar a Felipe Calderón y el momento en el que platicó con el presidente de Perú, Ollanta Humala, a quien sí le tuvo la confianza suficiente para contarle que el narco ha comenzado a remplazar las funciones del Estado, tales como cobrar impuestos.
Este ejemplo de periodismo valiente abre el panorama ante el emporio de los narcotraficantes, ante su capacidad empresarial para diversificar actividades y para controlar. Sin embargo, hay resquicios de libertad, como cuando el campesino con una marihuana de poca calidad es despreciado y ultrajado por uno de los compradores y con una respuesta ágil “sacó una retrocarga y se la puso en la cabeza antes de que los escoltas reaccionaran. “¡No sea usted hijo de su chingada madre y aprenda a tratar a la gente! Si no le gusta mi mercancía, nomás no la compre”, dijo”.
Testimonios como esta narrativa muestran, al igual que un buen estudio con números y gráficas, cómo se encuentra el país. Se trata de partir de esta realidad para responder oportunamente al sufrimiento de la gente; no se trata solamente de capturar a los 37 capos más peligrosos, ni de hacer de México un pueblo de asesinos, mientras que Estados Unidos, tan quitado de la pena, consume la droga y nos vende las armas para matarnos.