Narrando la difícil vida de las y los jornaleros agrícolas, Aurelia Díaz dice que a los diez años comenzó a cortar ejote:
«Ahí cuando llegamos era una casita de lámina donde dormíamos en el piso de tierra. Ahí había un sólo lavadero y lo usaban como 30 personas. Ahí fuimos a trabajar, fuimos a cortar ejote. Nos pagaban bien poquito el kilo de ejote, a 50 centavos».
Más grande, por falta de condiciones dignas de trabajo, su esposo murío:
«Fue a cortar elote en el campo y ahí tuvieron accidente. Falleció mi esposo y a mí nadie me apoyó (…) Después yo sola me fui a trabajar a Morelos, yo saqué adelante mis hijos».