La matanza mexicana sigue y crece. Según Eduardo Guerrero y su consultora Lantia, el número de asesinatos en enero de 2017 alcanzó los niveles de 2011, hasta ahora el pico de sangre de la década.
Es la estrategia de la DEA y del Departamento de Justicia estadounidense, aplicada también en Colombia, con resultados igualmente mortíferos, y del todo insustanciales para su objetivo declarado: frenar el flujo de drogas al mercado estadounidense.
Hace unos días el principal responsable de poner en práctica esa lógica de la matanza en Colombia, el ex presidente César Gaviria, publicó en The New York Times sus reflexiones autocríticas. Son imperdibles. Nadie hará caso en México porque estamos voluntariamente ciegos y sordos a la evidencia de la sangre. Gaviria dice así:
«La guerra contra las drogas es esencialmente una guerra contra la gente, pero ponerse duro contra las drogas es algo popular entre los políticos. Yo mismo fui seducido como presidente por la linea dura. Los costos humanos fueron enormes».
¿Así o más claro?
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