Además de cargar sobre sus hombros el dolor de las agresiones y de la desaparición de sus hijos, los padres y estudiantes sobrevivientes del ataque del 26 de septiembre en Iguala llevan a cuestas el desprecio de las autoridades y las injurias de sus detractores.
Para los funcionarios gubernamentales es inconcebible que los familiares de los desaparecidos rechacen el dinero que les ofrecen. No entienden que, teniendo tantas carencias materiales, habiendo tenido que dejar de lado sus trabajos, la atención de sus parcelas y animales y el cuidado de otros seres queridos, pasando tantas privaciones, las víctimas no cejen en su empeño de encontrar con vida a sus hijos. No comprenden cómo esos padres siguen viajando por todo México y el extranjero para dar su testimonio y exigir justicia sin dar muestra alguna de cansancio. Los sorprende que, a pesar de tantas adversidades, sigan unidos.
Los padres de los 43 son, por mérito propio, una referencia ético-política de las gestas cívicas de nuestro pueblo. Gracias a su voluntad incorruptible de encontrar a sus hijos, hay un México antes de Ayotzinapa y uno después. Su dignidad ha trazado esa nueva frontera. Su acción, tenaz y ejemplar, ha permitido vislumbrar esa línea imaginaria que separa la tierra del cielo en la que se supera la desventura de este presente.
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