Pero más allá de las visiones encontradas, llama la atención la premura del Presidente por borrar del discurso y de la historia la desaparición y muerte de los 43 normalistas, como hizo ayer en su primera visita a Iguala desde que ocurrió la masacre del 26 de septiembre de 2014, para celebrar el Día de la Bandera. Peña Nieto ni siquiera mencionó en su mensaje a los 43 normalistas y más bien habló de una investigación concluida, cuando su misma procuradora, Arely Gómez, ha afirmado que «el caso Ayotzinapa aún está abierto y las investigaciones continúan y no se cerrarán» porque «la prioridad es el derecho de las víctimas y sus familias a la verdad».
¿Cuál es entonces la prisa del Presidente por desaparecer de la memoria histórica un caso que, a decir de su propio gobierno, aún está abierto? Es cierto que a Iguala se le debe recordar como la cuna donde se firmó la independencia de México entre Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero, en un Plan que dio origen a la nación independiente que ahora somos y a la bandera tricolor que nos representa. Pero también Iguala será recordada, lo quiera o no el Presidente, por el horror que vivieron no sólo los 43 normalistas, sino otros habitantes que aquella noche fueron víctimas de la violencia, y por ser ejemplo de la peor corrupción y colusión entre el crimen organizado y la autoridad municipal, que ocurría a los ojos de los gobiernos estatal y federal, que nunca hicieron nada hasta que sobrevino la tragedia. Decía Cicerón que «los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla»; pero Peña nos pide olvidar, «superar» y enterrar aquella tragedia. (El Universal)