A casi cinco meses de los hechos abominables de Iguala Guerrero, don Mario y su esposa Hilda nos sorprenden por su fortaleza y por su forma de explicar lo que para ellos significa la desaparición de su hijo César Manuel. “Ese vacío está lleno de dolor, por eso nada tiene sentido. No hay color, no hay sabor, tampoco sonidos, y el tiempo nos es ajeno, poco nos importa si es de día o de noche. Todo se congela y solo se queda fija la imagen de nuestro hijo. Reaccionamos, cuando vencidos por el sueño sentimos que a nuestro hijo lo están golpeando y que desesperadamente nos pide auxilio”.
Sus palabras florecen de esperanza, a pesar de tantas noticias nefastas plagadas de mentira. Su exigencia de dar con el paradero de sus hijos, ha encontrado eco en los mismos gobiernos del primer mundo, que han dejado de tener como única fuente de información, las versiones de las autoridades mexicanas. La muestra más elocuente fueron las recomendaciones del Comité de la ONU sobre desapariciones forzadas que emplazó al gobierno de México a dar respuestas concretas en un plazo no mayor de un año. La reacción fue furibunda, porque la respuesta de los comisionados no se circunscribió al contenido vacuo del informe gubernamental. Para las autoridades lo que más importa es el mero formulismo discursivo y no las realidades que increpan su inacción e ineficacia. (Tlachinollan)