Francisco: un legado de esperanza que pervivirá

El ser humano está siempre en condición de anhelo, en una búsqueda incesante por crecer. El Papa Francisco encarnó ese espíritu de constante crecimiento, de apertura al otro y salida al encuentro. Un jesuita hasta la médula, con un corazón en permanente peregrinar.

Francisco ejercitó el diálogo como pocos. Su palabra, lejos de imponer o confrontar, era “desarmante”, como ha dicho Gianni Valente. En su hablar y escuchar, comprendió que las grandes revelaciones espirituales sólo cobran sentido cuando se comparten, cuando se inscriben en una comunidad. Sabía con quién hablar y, sobre todo, de qué hablar. No se perdió en disputas estériles ni en laberintos argumentativos ajenos a la vida real; en cambio, regresó a la sencillez radical del Evangelio: amar, servir y caminar junto a las y los demás.

Fue un hombre profundamente atento a los debates de su tiempo. No le eran ajenos los dilemas éticos de la tecnología, los derechos humanos o el futuro del planeta. Hizo del cuidado de la Casa Común una prioridad de su pontificado. En la encíclica Laudato Si’ insistió en que la crisis ecológica es también una crisis social y que la degradación del medio ambiente es inseparable de la exclusión de los pobres. En una época marcada por la indiferencia, insistió en que la Iglesia debe ofrecer una voz crítica y esperanzadora frente a los desafíos del presente.

Lee el artículo completo de Luis Arriaga, rector de la Ibero Ciudad de México, en El Universal.

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