La decisión del gobierno trumpista de congelar la cooperación internacional estadounidense ha generado una discusión que muestra cómo los extremos se tocan en esta era.
En efecto, desde el polo conservador se aplaude esta decisión, bajo la premisa de que la cooperación estadounidense había exportado ideologías progresistas por ser un “nido de izquierdistas”, y se critica en particular a la difusión de la perspectiva de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI). Así lo esgrime el actual gobierno de Trump, que incluso llega a calificar a la agencia que canaliza esta ayuda como “organización criminal”.
Paradójicamente, en el polo ideológico contrario, la decisión de Trump también se festeja, porque se asume que la cooperación internacional de los Estados Unidos no era más que “la cara amable de una política exterior injerencista e intervencionista”. Esta visión se encuentra muy extendida en América Latina, a partir de las amargas experiencias del siglo XX y en particular de la “Guerra Fría”.
Ambas perspectivas fallan por simplistas.
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