Cuando Guillermo Iglesias dio la noticia de que su padre, el minero Guillermo Iglesias Ramos, ya no estaría con vida después del siniestro de Pasta de Conchos aquel 19 de febrero de 2006, su madre le pidió traer sus restos de regreso.
“Tráemelo, lo necesito. Quiero que esté conmigo”, le pidió su madre.
Para Guillermo Iglesias, un ingeniero minero de 37 años, en aquel entonces esa encomienda quedó implícita. “Es como un trauma”, dice. Todos los días era pensar en recuperar los restos de su padre. Renunció a su trabajo de entonces para luchar por el rescate. Pero fueron meses, después años.
Lee la historia completa en el texto de Francisco Rodríguez en El Universal.