“Señor Presidente: millones han puesto su confianza en usted. Y como usted dijo ayer, ha sentido la mano providencial de nuestro Dios amoroso. En el nombre de Dios, le pido que tenga misericordia para la gente en nuestro país que tiene miedo ahora”. Con esas contundentes palabras, la reverenda Mariann Edgar Budde —ministra de culto de la Iglesia Episcopaliana— apeló con valentía a la compasión del hombre más poderoso de los Estados Unidos en un momento particularmente delicado en la historia de la nación norteamericana.
En su sermón resuena una tradición que se nutre del ideario de líderes espirituales como Dietrich Bonhoeffer o Martin Luther King. Una perspectiva de defensa de la dignidad humana que —sin violencias, estridencia ni vanidad— sabe plantarse ante quienes detentan el mando de las instituciones políticas, económicas o sociales.
Muchas de las expresiones de solidaridad que han surgido en ambos lados de la frontera ante el racismo, el nativismo y las amenazas contra las y los migrantes, parten de una mirada ecuménica.
Pienso, por ejemplo, en la labor humanitaria efectiva de tantos albergues y casas del migrante en México vinculadas a la Iglesia Católica y otras iglesias de diversas denominaciones. Todos ellos están redoblando sus esfuerzos ante la inminente crisis.
Nosotros los jesuitas entendemos esa tradición de ver por el otro como la expresión del binomio fe-justicia. Por eso, ante las recientes decisiones del nuevo gobierno de los Estados Unidos, obras sociales como el Servicio Jesuita para Refugiados (SJR) o el albergue binacional “Iniciativa Kino para la Frontera”, trabajan sin tregua para brindar apoyo.