Adolfo Gilly: razonar con lucidez, obrar con justicia*

Corresponderá a los biógrafos de Adolfo Gilly reconstruir su intenso periplo vital; a la academia, ponderar sus aportes a la historiografía nacional, y a sus compañeros y seres queridos, hablar de los rasgos de su extraordinaria personalidad.

A las organizaciones civiles nos compete una labor más modesta: dar testimonio de la solidaridad de Adolfo Gilly con algunas de las más relevantes luchas de derechos humanos de la historia reciente.

En el caso del Centro Prodh, ese deber de memoria nos obliga a recordar su presencia constante en los procesos de San Salvador Ateneo, estado de México, o Ayotzinapa, Guerrero, en los que constatamos directamente su preocupación por las causas de las víctimas.

Convocado por Miguel Álvarez, de Serapaz, Gilly acompañó estos procesos, aportando lucidez en el análisis y movilizando siempre con generosidad el peso de su nombre y su trayectoria en acciones concretas de apoyo.

En múltiples reuniones alrededor de estos procesos, Gilly compartía su palabra con respeto, como un compañero más. Su indignación ante la injusticia era profunda y emocional, como lo vimos en la ocasión en que en una reunión de las familias de Ayotzinapa con los fríos funcionarios del peñanietismo en el viejo edificio de la Procuraduría General de la República, alzó la voz cuando un burócrata intentó interrumpir a uno de los padres para gritar enérgico: “¡Déjelo hablar!” Pero Gilly también compartía su palabra con la serenidad propia de su inagotable bagaje humanístico. Por ejemplo, si quería insistir en la necesidad de que las organizaciones perseveráramos en vigilar estrechamente al poder, acudía a Cervantes y nos recordaba la historia del joven Andrés, a quien el Quijote salva momentáneamente de la golpiza que le propina su amo, sólo para que éste lo siga azotando con más virulencia tan pronto como el hidalgo sigue su camino.

Gilly supo apreciar la relevancia que tiene la defensa civil de los derechos humanos. Entendía que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, próxima a cumplir 75 años, expresó después de las dos guerras mundiales “la conciencia y los sentimientos surgidos de [la] vivencia universal de destrucción y muerte, y los derechos a que esa conciencia aspiraba”. Y reivindicó que la defensa de esos derechos, en países como México, requería siempre de defensores y defensoras civiles que los exigieran.

Lee el artículo en La Jornada, escrito por Santiago Aguirre, aquí

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