Lo suyo era ser maestro
Por Mario Manterola
Saúl Bruno García tiene 19 años, el mismo número de dedos en el cuerpo. De niño, cuando tenía menos de dos años y apenas podía caminar, fue al molino con su madre —Nicanora García— y la curiosidad le hizo meter la mano izquierda a uno de los rodillos que le prensó el dedo medio y se lo arrancó junto con la mitad del anular. Sin embargo, para un hombre de campo eso no significó desventaja alguna, al contrario, lo ayudó a forjar un carácter determinado, seguro y compasivo.
Elio, Rubén, Nancy, Edmidio, Jaime, Rosa, Paula, Hugo Alberto y Adela son sus nueve hermanos y de todos ellos es el único que quiso y pudo continuar con sus estudios. Aunque el deseo de superación no lo hizo olvidar sus obligaciones en el campo, al lado de Don Aquileo, su padre, a quien ayudaba a sostener la casa con los 80 pesos que ganaba cada jornada cultivando maíz.
Siendo un joven de la comunidad de Magueyitos, en el municipio de Tecoanapa, Guerrero, era difícil conseguir un futuro distinto al de tener que pasar sus días con las manos en la tierra, por eso decidió salir de casa a los 15 años, bajar de su pueblo —a dos horas de camino de terracería de la cabecera municipal— para poder estudiar la prepa en el poblado de El Pericón y después continuar con algo más.
Saúl resultó ser un estudiante de excelencia, fue admitido en la Escuela Normal Isidro Burgos y en la Universidad Autónoma de Guerrero, pero se inclinó por su primera opción, para ser maestro.
Entró a la escuela el año pasado, a principios de septiembre fue a visitar a sus padres como lo hacía cada que podía y sus obligaciones se lo permitían. Saludó a sus hermanos y trabajó un rato con su padre, le dijo que lo quería, cosa que nunca había hecho. Abrazó a su madre y esa fue la última vez que lo vieron.
Texto perteneciente a la campaña Marchando con letras
Ilustración de Belén García.
Tomada del portal #IlustradoresConAyotzinapa