La “perra maravilla”
Por Mariel Ibarra
Shhhhhhhh, ¡Pum!… Shhhhhhhh, ¡Pum!—se escuchan los cuetes afuera del Santuario de Nuestra Señora de la Natividad. Los mayordomos prenden uno a uno los cuetones para iluminar el cielo que ya comienza a oscurecer. Las campanas replican una y otra vez.
Al interior de la iglesia se depositan velas a la Virgen, mientras unos danzantes se mueven a ritmo de la música producida por una pequeña flauta de carrizo y un tambor. Con chaparreras de cuero, sacos de yute, máscaras negras de madera y grandes sombreros decorados con flores amarillas, los bailarines avanzan hasta el altar con pasos sincronizados, giran y vuelven avanzar.
El grupo de tlacololeros sale por un costado de la Iglesia, que para esa hora ya es un oasis entre puestos de comida, juegos mecánicos, venta de escapularios, llaveros, rosarios e imágenes religiosas.
Pero esta noche algo falta. Es esta noche, falta Miguel Ángel Hernández, quien desde hace 14 años danza en cada celebridad religiosa junto a sus compañeros.
“Yo nunca le pido nada a la Virgen, yo doy, yo le ofrezco mi baile”, suele decir Miguel Ángel para explicar su gusto por ofrendar su danza.
Miguel representa a la “Perra Maravilla”, personaje central de los tlacololeros que lucha con un “tigre” a fin de que no traiga males a la cosecha. Lo hace con un fuete y en compañía de un tejón disecado. Tlacololero significa hombre de campo y Miguel siempre estuvo relacionado a él, ya sea sembrando, enseñando en comunidades agrícolas, asistiendo a una Normal rural o bailando para exaltar a los hombres de la tierra.
En el grupo, sólo Miguel posee su propio atuendo, pellizcando un poco de su sueldo como instructor comunitario, mandó a hacer su máscara blanca con ojos azules en forma de perro, que es envidiada de sus compañeos. El sueño de este joven de 28 años es sencillo: formar su propio grupo de tlacololeros y ser maestro rural.
Este sábado de mayo, al terminar el desfile, una de las danzantes, se quita la máscara y el sombrero, e irrumpe en un llanto silencioso. Es Getsemaní, novia de Miguel Ángel, a quien integró al grupo e inició en la danza.
“Lo vi por última vez, dos días antes de su desaparición. Había sido su cumpleaños. Fue en el centro de Tixtla y ya se iba para la Normal. Ese día sentí algo, tenía ganas de abrazarlo y decirle: ¡quédate!. No lo hice porque él siempre me dijo: nunca me pidas que no me vaya porque me quedaré para siempre”, recuerda la chica.
Texto perteneciente a la campaña Marchando con letras
Ilustración de Mónica Olivares.
Tomada del portal #IlustradoresConAyotzinapa