Aprender para enseñar
Por África Barrales
Luis Ángel Abarca Carrillo aún era menor de edad cuando se lo llevaron los policías de Iguala la noche del 26 de septiembre del 2014 junto a otros 42 estudiantes de la normal de Ayotzinapa. Un mes después, en octubre, cumplió los 18 años en algún lugar, lejos de su familia.
El gesto serio de Luis Ángel en la foto con la cual su mamá lo sigue buscarlo no hace justicia a su personalidad cariñosa y alegre, aunque tímida. Es de lo más pequeños de la familia Abarca Carrillo. Primero están sus hermanos Juan, Mario, Fermín y Diana; sigue él y al final Carlos.
Luis Ángel apenas tenía un año de edad cuando su hermano Fermín se fue del pueblo de San Antonio -en el municipio de Cuautepec- a Estados Unidos en busca de mejorar su vida. Fermín ya no regresó, se perdió de las travesuras y berrinches de Luis Ángel y Carlos cuando jugaban con sus carritos a la salida del kínder.
Un día, cuando cursaba segundo de primaria, le dijo a su mamá: “Voy a seguir estudiando, yo quiero ser maestro para enseñarle a los chamacos del pueblo”. Y a pesar de revelar tan temprano su vocación, Luis Ángel no desvió el camino. Nunca reprobó materias en la primaria del pueblo, la “Niño artillero”, ni en secundaria, mucho menos en el bachillerato que estudió en Copala.
El muchacho de tez morena, ojos negros y cejas gruesas no toma, no fuma y no es fiestero. “No me gusta tomar, la verdad”, le decía a su madre, doña Metodia. Evitaba agarrar vicios, siempre argumentaba que primero quería ser alguien en la vida y después “a ver” si se compraba una cerveza.
—Vete a la fiesta, ándale, yo te doy dinero —le insistía su mamá.
—Mejor deme para juntar para la escuela —le respondía.
Un maestro del Bachilleres, egresado de la normal, lo convenció de ir a Ayotzinapa a sacar su ficha para hacer su examen de admisión. Como era muy aplicado y estudioso, lo pasó sin problemas y después aguantó su semana de prueba. Estaba contento.
Cada semana le hablaba por teléfono a su mamá. La última llamada fue tres días antes de la ya conocida como la “noche más negra de Iguala” para contarle que las cosas ya estaban bien después de las penurias impuestas a los de nuevo ingreso. No han vuelto a saber de él pese a que su nombre y su rostro está por todas partes.
Quien regresó fue su hermana Diana para unirse a la búsqueda. Luis Ángel, el que le siguió en la fila de nacimientos familiares, con el que mejor se llevaba, con el que más platicaba, el que más la extrañaba cuando ella se fue a trabajar, había desaparecido. A Carlos, el más chico de todos, lo aplasta la tristeza. La historia no es distinta con el resto de la familia.
Doña Metodia se aferra a su hijo a pesar del cansancio luego de nueve meses de búsqueda y ella, en cada rezo, repite: “Sé que va a regresar”.
Texto perteneciente a la campaña Marchando con letras
Ilustración de Hugo Vera.
Tomada del portal #IlustradoresConAyotzinapa